SERÍA tremendo, memorable más bien, que el Sevilla no tuviese otra salida que renovar a Gregorio Manzano. Con la que está soportando el profesoral técnico jiennense, resulta que el Sevilla se ha entonado hasta convertirse en una máquina de ganar y ganar. Con la de rumores que asaetean su día a día cualquier otro entrenador hubiese bajado los brazos y el equipo no hubiera llegado a ser lo que hoy es, un equipo. Un equipo que puede gustar más o menos y que, incluso, sigue encajando goles a balón parado, pero ¿quién iba a pensar hace un mes que el Sevilla iba a estar metido de lleno en la pelea continental?

Desde la inoportunidad de aquella cena del presidente con Caparrós en Bilbao, la oleada de nombres como posibles sustitutos fue incrementándose para martirio, me imagino, de un entrenador que llevaba años sonando para el banquillo del Sevillas, para ese banquillo ahora con docenas de sustitutos. Y tiene mérito lo del entrenador del Sevilla, lo del que antes era calificado como el todavía entrenador del Sevilla y que ahora se postula como candidato a seguir en la tarea que le encomendaron cuando suplió a Antonio Álvarez aquella tarde triste de Alicante. Un mérito enorme, sobre todo por haber cerrado los oídos y apretado los puños un día sí y otro también.

Cenó Del Nido con Caparrós el cinco de marzo, al día siguiente perdía el Sevilla ante el equipo del propio Caparrós y ya nunca más perdió, cosechando resultados tan importantes como son firmar tablas con el Barça y ganar en Valencia. Me imagino que alguna vez se habrá preguntado el racial abogado que por qué no habría sido antes aquella cena en el Bocho. Viendo lo que ha pasado tras ella, de haberse fijado con anterioridad, quizá podría el Sevilla estar más cerca de Champions de lo que ahora está. Ya en serio, creo que merece un respeto imponente la manera con que Gregorio Manzano ha encajado la catarata de nombres que han surgido para suplirle.