La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Enseñando democracia

La rutina, tan confortadora para nuestras vidas cotidianas, no debe erosionar los valores que la sostienen

Llevamos cuatro años de exasperación electoralista y extenuación votante. Demasiadas campañas y demasiadas convocatorias para tan poco tiempo. Pero ello no debe relativizar o empañar la importancia que el derecho al voto tiene. La mayoría de los padres que pudimos ejercerlo tras años de no poder hacerlo se lo procuramos inculcar a nuestros hijos llevándolos con nosotros a votar. Es de esperar que nuestros hijos lo hagan con los suyos. En mi mesa electoral vi ayer a un padre llevando a su hijo muy pequeño de la mano, explicándole qué se estaba haciendo allí e incluso dándole los dos sobres. Me alegró. Sólo se aprecia lo que se pierde dice un refrán. Se podría también decir que solo se aprecia lo que se ha logrado tras no tenerlo y desearlo. La carencia es buena escuela del aprecio.

Sofía Loren dijo una vez que viajaba siempre con sus joyas más valiosas. Preguntada por esa peligrosa costumbre explicó que había pasado tanta necesidad cuando su padre las abandonó y tuvieron que trasladarse a Pozzuoli, cerca de Nápoles, viviendo en condiciones penosas durante la guerra, que necesitaba tenerlas cerca para sentirse segura de que la pobreza no la acecharía más. Para quienes han vivido bajo una dictadura votar será siempre una fiesta. Por pobre, como ahora, que sea la oferta; por fatigoso, como ahora, que sea el sucederse de campañas y de convocatorias; por mucho, como ahora, que sea el desencanto. La democracia es la madurez de una nación y esta consiste, sobre todo, en aceptarse como se es sin desistir de mejorar, en que la realidad no desbarate las aspiraciones. La corrupción es más visible en una democracia porque se puede denunciar y las debilidades de los políticos son más manifiestas porque no se disfrazan con el culto a la personalidad de demiurgos conductores de pueblos. No es perfecta, pero -cosa mucho más importante dado que nada lo es- es perfectible.

La democracia es también más frágil de lo que muchos piensan. Nada está garantizado. Piensen en los europeos de entreguerras, recién salidos de la Gran Guerra que se dijo que acabaría con todas las guerras, viviendo los brillantes años locos. ¿Quién les habría de decir lo que pasaría a partir de 1922 en Italia, 1933 en Alemania, 1936 en España y 1939 en todo el continente? La rutina, tan confortadora para nuestras vidas cotidianas, no debe erosionar los valores que la sostienen.

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