Azul Klein

Charo Ramos

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Enterrar a los muertos

Tras cada tumba, tras cada nicho y cada memorial hay, además de una vida única, un retrato sociológico

J EANNE Moreau 1928-2017". Esa elegante y discreta inscripción sobre el mármol identifica en el cementerio de Montmartre la tumba de una de las mejores actrices de todos los tiempos. Muy cerca de la de François Truffaut, que la dirigiera en Jules et Jim, o de la española Pauline Viardot, la hija del compositor sevillano Manuel García, apenas visible porque el nombre se talló sobre una piedra hoy desgastada por la lluvia y el tiempo que todo lo corroe e iguala.

Recorrer los cementerios parisinos que están enclavados en el corazón de la ciudad es desde hace años una de las debilidades de los viajeros mitómanos y un atractivo turístico más de Francia, a la que envidiamos la capacidad de convertir en tesoros nacionales a sus referentes culturales.

Pese a lo mucho que ha crecido Sevilla en las últimas décadas, el cementerio de San Fernando mantiene aún su posición periférica, la condición extramuros con que fue inaugurado en 1851, como bien ha estudiado el historiador y experto en arquitectura funeraria Javier Rodríguez Barberán. Y probablemente seguirá estando emocionalmente a las afueras mientras haga frontera con el asentamiento chabolista del Vacie y crezca la cifra de sevillanos que optan por la incineración y depositan las cenizas en otros espacios más afines a su memoria, como los columbarios de las hermandades o los paisajes que amaron.

Tras cada tumba, tras cada nicho y cada memorial hay, además de una vida única, un relato sociológico. Uno de los panteones más ambiciosos que se levantaron en el camposanto sevillano lo contrató una mujer del asentamiento chabolista de los Bermejales en homenaje a su marido, fallecido en un accidente de tráfico. Conocí la historia cuando la visité, hace ahora 22 años, para hacer una encuesta censal. El retrato del difunto tocado con sombrero racial, rodeado de velas y flores, presidía la precaria estancia de su chabola, que prácticamente se limitaba a la cama donde yacía la esposa, rota en lágrimas y vestida totalmente de negro.

Habían indemnizado a la familia con varios millones de las antiguas pesetas, y la viuda decidió invertir todo el dinero en un panteón de mármol. Cuando le preguntaron por qué no guardaba parte de la suma para invertirla en la vivienda que a todas luces necesitaban ella y sus hijos, replicó airada: "Ese dinero es sagrado, es sólo suyo, lleva su sangre. Hay que enterrar a los muertos".

Con el paso de los años, aquel gesto que en su momento parecía extravagante, ahora que con la crisis hemos perdido tantas cosas y tantos derechos, se nos antoja un tributo heroico y un ejemplo de resistencia. Me gustaría encontrar algún día esa tumba, tan distinta a la de Jeanne Moreau, e inclinar también ante ella la cabeza.

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