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Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Erasmus triste

El programa de intercambio Erasmus es uno de los grandes aciertos de la Europa comunitaria

Stefano es un estudiante italiano que, como suele decirse, "está de Erasmus" en mi Universidad. Como es bastante habitual en la gente de su tierra -no entremos en norte y sur, ni en Padanias y meridiones-, es diligente, con capacidad retórica, amable pero muy formal en el trato -nunca el "tú" con un profesor-, y con una notable seguridad en sí mismo. También son muy miraditos con el dinero, salvo para gastar en objetos de vestir y de conducir, o para convertir la casa propia en un sitio bello, un adjetivo éste que sale una y otra vez de sus bocas. Ayer lunes le pregunté a Stefano si estaba cansado por el fin de semana: "Yo y mis paisanos compañeros de piso somos erasmus tristes; hemos estado estudiando". Nada del botellón, la fiestuqui y el desfase horario que se atribuye a estos estudiantes emigrados, hasta el punto de haber reconvertido su condición de erasmus en la de orgasmus, según la maledicencia. Entre otras cosas, porque el dinero escasea… y la wifi, un prodigio y un narcótico, amarra mucho a la soledad del dormitorio o la salita. En el caso de un piso de estudiantes, un equipo de soledades en red y zapatillas.

El programa de intercambio Erasmus es uno de los grandes aciertos de la Europa comunitaria, sobre todo si tenemos en cuenta que el objetivo principal del mismo es crear conciencia europea, y sólo de manera secundaria fomentar el nivel académico medio. A quienes nos considerábamos héroes por haber hecho el Transalpino a finales de los 70 y hemos moteado un mapamundi con chinchetas de colores para sentirnos un Marco Polo de una España que despertaba al exterior, los erasmus de cualquier ánimo nos provocan un poco de melancolía. Quienes no vivimos a los veinte el giro copernicano que convirtió lo más caro de un viaje, el vuelo, en lo más barato sentimos una sana envidia por estos chicos que, hablo por mí, podrían ser nuestros hijos. Que cogen un Ryanair para Cracovia -donde estudió por cierto otro grande, Copérnico- y al poco se pasan una semana en Berlín. Así, por vivir. Qué gloria. Difuminando fronteras, desinteresados de la política y de la propaganda. Muy lejos de la foto más pedante del año, un icono guay: esos dos estudiantes independentistas en medio de una autovía cortada por ellos y otros… jugando al ajedrez. Es la viva imagen del provincianismo disfrazado malamente de cultura y desarrollo. Todo lo contrario que el espíritu Erasmus que, "triste" como el cachondo de Stefano o descocado como otros universitarios en la diáspora y el carpe diem, suavizan fronteras con el alma abierta y el bolsillo corto.

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