Escucho con mis ojos

Hoy hablaremos de la muerte de Christian Bobin, ea; y, por tanto, de la gracia, sobre todo

Mi deslumbramiento al leerle Autorretrato con radiador (2006) no se repitió. Porque era su mejor libro y porque ya me hice a la claridad de su prosa interior para siempre. Sin embargo, no podía dejar de leer cada nueva entrega de Christian Bobin, el autor francés que murió la semana pasada, con 71 años.

No dejaré de leerle ahora como si nada hubiese pasado. Ni de contestarle. Pocos escritores nos han enseñado mejor a mantener esa conversación con los difuntos ("escucho con mis ojos a los muertos") que don Francisco de Quevedo consideraba el espíritu mismo de la lectura verdadera. Bobin decía: "He nacido en un mundo que empezaba a no querer oír hablar de la muerte y que finalmente está consiguiéndolo, sin comprender que, así, también se ha condenado a no oír hablar de la gracia". Y yo le respondo que hoy hablaremos de su muerte, ea; y, por tanto, de la gracia.

"Mi vida es mucho más hermosa cuando yo no estoy en ella", dijo, y aunque entonces no lo decía por la muerte, sino para escabullirse del regodeo vanidoso del escritor, ahora que no está puedo asegurarle que su vida sigue siendo muy hermosa.

A fin de cuentas, sabía que "con la verdad vuelve el alma". Cuando lo escribió estaba vivo y hablaba, más que nada, de la verdad; pero ahora, con la verdad de su prosa, habla de su alma. "La muerte se crispa al verte escapar de ella", anotó una vez y yo percibo cómo Bobin escapa. Había cogido carrerilla: "Me ha sucedido en la vida lo que sólo pasa después de la muerte: he abierto los ojos", y aquí nos ha dejado aquella mirada suya. "La belleza viene del amor. El amor viene de la atención", advirtió, revelándonos su secreto. Y lo hizo, además, con el ejemplo: "Los gorriones van por la tierra a saltos. Dibujan en el aire minúsculos montes Fuji". Al releerlo, veo que tampoco son tan pequeños. Fujis inmensos, por inolvidables. Vivió con "la esperanza de que la idiocia del amor le rescatase de la estupidez de la literatura". De la ceguera de la muerte ya está rescatado, esperanza aún más alta, gracias a la tozudez de su literatura y a su apuesta por el amor.

"Jamás me acostumbraré a nada", avisó; y también que "la honestidad y la paciencia son las raíces del cielo". Christian Bobin queda, por tanto, enraizado en el cielo y en nuestras lecturas. "Cada una de nuestras alegrías es una figura en una vidriera. Nuestra muerte es el plomo que sujeta el conjunto". Eso, el plomo…, como mucho.

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