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Análisis

Rafael Salgueiro

Escuela 2.0, con rigor y procesión

La simple informatización de las aulas no es suficiente para resolver los problemas de la educación · La tecnología debe ponerse al servicio de un cambio profundo en las formas de aprendizaje

EN esta semana de procesiones quizá sea admisible la licencia de evitar un tema puramente económico, para abordar una reflexión sobre las nuevas relaciones entre la tecnología y el sistema educativo.

En este curso escolar 2009/2010 se ha iniciado la puesta en marcha de la iniciativa gubernamental Escuela 2.0, anunciada por el presidente del Gobierno en los tiempos del último debate sobre el Estado de la Nación. Quizá por mal explicada entonces, por mal comprendidas sus implicaciones o porque ese debate no era el marco adecuado fue recibida simplemente como "un portátil para cada alumno" cuando en realidad el asunto puede tener una implicación de gran calado. Quizá también la iniciativa pecó al ignorar la experiencia acumulada a este respecto en alguna comunidad autónoma, muy particularmente Andalucía donde contamos ya con una larga trayectoria en la aplicación del software libre a la educación (Guadalinex) y vamos conociendo las distintas formas de utilización de los ordenadores y medios asociados en el aula. Pero, en fin, ya se sabe que el presidente gusta de empezar de cero.

Las condiciones de entorno en las que se plantea esta Escuela 2.0 son fáciles de identificar. En el ámbito tecnológico nos encontramos con aulas no preparadas para los contenidos digitales, profesores diestros en las técnicas tradicionales de enseñanza, ausencia de libros digitales pedagógico curriculares y además con algo que sólo solucionará el paso del tiempo: aprendices digitales enseñando a nativos digitales. En el ámbito educativo, con los matices y justificaciones que se quieran, los rasgos son un fracaso escolar en aumento, una crisis educativa y quizá de valores, un desinterés y desatención de los alumnos que no se resuelve sólo con orden y disciplina, defectuosa o limitada aplicación de los sucesivos planes educativos, aislamiento social y familiar, segmentación de los estamentos implicados en la educación, etcétera.

Es fácil comprender que la simple informatización de las aulas, la provisión de ordenadores portátiles, la digitalización de los libros actuales y el acceso mediante internet a la biblioteca de Babel no son suficientes para resolver los problemas reseñados en el ámbito educativo. Por lo cual no debemos ni esperar un milagro de la Escuela 2.0 ni tampoco evaluarla en su momento contra objetivos mucho más amplios que la mera familiarización de los escolares con la tecnología de la información, salvo que la dotación material que ahora concentra los esfuerzos se ponga al servicio de una trasformación profunda y de larga maduración de las formas y contenidos de la enseñanza. En otras palabras, al servicio de una revolución educativa que sustituya al modelo escolar establecido en el siglo XIX y que casi habíamos dado por inmutable.

Se han logrado extraordinarios avances en el campo de la neurociencia y en su aplicación a la educación. Se han desvelado los mecanismos cerebrales que hacen posible recibir y grabar la información de manera permanente en el cerebro, cómo se relaciona entre sí y cómo se recuerda. Se conocen también los factores ambientales que favorecen la concentración y las formas de estimular el interés del escolar. Y ya sabemos de las técnicas que permiten absorber gran cantidad de información de una manera fácil y rápida, en un proceso conocido como "superaprendizaje" que entre otros extremos hace uso de la vía emocional para facilitar la entrada de información, además de la visual y la auditiva.

A la aplicación de todo ello es a lo que debe servir la tecnología. No se trata, pues, de proporcionar los actuales contenidos bajo otro formato, ni que los educandos aprendan a manejar tempranamente un procesador de textos o de que adquieran destreza en un centrifugado de Google. Claro que entonces no bastará con la transformación de los contenidos actuales ni con la dotación instrumental, sino que habría que actuar de modo coordinado y simultáneo en varias áreas bien diferenciadas.

Algunas están muy claras, como la producción de nuevos contenidos digitales que desde luego no pueden ser sólo el resultado de la conversión de formato de los libros actuales ni la simple creación de nuevos documentos en formato pdf enriquecido. No sólo se trata de mejorar la calidad de los actuales materiales y de facilitar la interactuación con los contenidos sino de crear herramientas que faciliten el superaprendizaje, inclusivas de autoconocimiento, multisensorialidad y autoevaluación. Estos contenidos, nadie lo dude, van a ser extraordinariamente caros, por lo cual han de ser diseñados para una utilización masiva, con las adaptaciones correspondientes.

La segunda área es la formación de los formadores. Uno de los retos de la nueva Escuela 2.0 es elevar la satisfacción personal y laboral de los profesores, actualizar las prácticas educativas y quizá convertirlos en directores de la formación individualizada de cada uno de sus alumnos, mucho más que en transmisores de conocimientos. Y esto no se podrá lograr sin una red de aprendizaje que facilite el intercambio de la experiencia y asegure la utilización coherente de los medios.

El tercer ámbito corresponde a la dotación material, tanto lo tocante a la infraestructura de telecomunicaciones de las aulas cuanto al hardware y software de los equipos. Y aquí la solución más económica y más práctica no tiene por qué ser necesariamente la elegida -WiFi y ordenadores portátiles-, máxime cuando un porcentaje creciente de los alumnos ya disponen de un ordenador en su casa que utilizan con una destreza a veces envidiable.

En definitiva, la iniciativa de la Escuela 2.0 y su aplicación hasta el momento en alguna comunidad autónoma es muy loable, a pesar de algunos defectos en su planteamiento. Pero perderíamos una oportunidad si nos limitamos a los "hierros" y no ponemos la tecnología al servicio de un cambio profundo en las formas de enseñanza. Es decir, si escuchamos más a los tecnólogos de la informática que a los científicos del aprendizaje.

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