La lluvia en Sevilla

Los patios

En el esplendor de los patios de Córdoba influyen políticas locales que dan protagonismo a la vecindad

Cuando paseo por la ciudad tengo que ir con ojo; en cualquier rincón me puede asaltar el motivo para una columna, cualquier encuentro puede ser la mecha para que a continuación venga esta esquina del Diario a darles la del pulpo-calamar. El artículo de hoy se ha chocado conmigo en la umbría de un zaguán de una de esas rehabilitaciones que consiguen transformar las antiguas casas de vecinos en otra cosa. Se trata de una lenta metamorfosis que no cesa, que convierte los pocos patios que van quedando en un decorado evocador de una Sevilla extinta, pero deselectrificado, sin vida más allá del mero tránsito. Se remodelan las casas manteniendo el tipismo del patio central, incluso se alzan urbanizaciones de nueva planta con un patio aparentemente común y sevillano, como por sevillanísimas también quieren pasar esas franquicias de papelones y montaítos más falsas que el rey Miguel, donde hasta la mugre es de pichiglás. Sin idealizar la vida precaria, incómoda, vocinglera y sin canalizar de los patios más populares de antaño -las condiciones sociales eran otras-, me pregunto qué es lo que ha hecho girar los modelos de convivencia en la ciudad, desde una forma colaborativa, de confianza y cordialidad entre inquilinos o gentes del barrio a esto otro: en muchas comunidades hay algo que se parece a un patio central, pero la convivencia, si no está extirpada, parece en vías de extinción. ¡A ver quién es la valiente que se saca una silla al fresco comunitario! Seguro que hay un punto de algún acta de propietarios que lo prohíbe expresamente. Como el resto de relaciones sociales, el sentido común y el cuidado ha sido suplantado por una regulación casi castrense. Cierto es que ciertas premáticas resultan precisas y evitan tener que aguantar la insolencia u ocurrencia de algún descubridor doméstico de Mediterráneos, pero los patios, aunque tienen forma de patio, ya no son patios. Ya lo dijo El Pali. El confinamiento devolvió ciertas formas solidarias y cómplices entre vecinas, también cierta alegría (la poquita que había) de patinillo. La conversión de las casas en apartamentos de tránsito acabará por desangelar una forma de convivencia útil y genuina.

Antier, un amigo me comentaba que en Córdoba los patios no han perdido su esplendor y que en ello han influido las políticas locales que han ayudado no sólo a mantener esos espacios, sino que han hecho a la propia vecindad protagonista y decisora de su vigencia y mantenimiento. La pandemia ha demostrado en algunas calles y portones la posibilidad de volver a hacer comunidad, con aire y a favor de la convivencia. Quedan algunas casas grandes, además, en las que no decayó ese espíritu. Pasando la umbría de esa obra con la que me he topado hoy, unos vecinos preparaban en su patio una estupenda cruz de mayo. No me parece poca cosa.

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