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Esencia del velador

¿El velador es sevillano o no? ¿Cuándo se jodió el velador? Son preguntas que merecen un cierto debate

Otra vez un duelo fratricida sevillano. Otra vez la Sevilla dual. Otra vez unos dicen blanco y otros negro. O rojos o verdes. Otra vez las dos Sevillas se retan a duelo, esta vez por los veladores. Unos a favor porque crean empleo para 4.400 camareros, según dicen. Otros en contra, porque estorban al peatón y se apoderan de la ciudad histórica. Juan Espadas sacó el cuchillo y se metió en la pelea a mesa y mantel. No sabe dónde se ha metido. Amenazan con los tribunales. Puede que la desconexión del velador acabe en el Constitucional, que es el fin de las mejores broncas.

Sería deseable que alcancen un acuerdo. Pero, en esta materia, aparte del empleo, hay otro matiz de discusión. Por abreviar: ¿se puede incluir en las esencias de la ciudad? No me refiero a los perfumes de la Macarena y Triana, ni al olivo ni al romero, ni a nada aromático, sino a esencias rancias de pata negra. ¿El velador es sevillano o no? ¿Cuándo se jodió el velador? Son preguntas que merecen un cierto debate.

Todo esto se puede inscribir en la tradición de las puertas cerradas y las puertas abiertas. En las antiguas estampas costumbristas aprecian algunos un precedente de los veladores: esas sillas que sacaban a las puertas de las casas en los barrios, cuando apretaba la calor. Sin embargo, no eran propiamente para cenar o merendar, sino para hilar las tertulias. Era costumbre del pueblo llano para refrescarse.

Por el contrario, los señoritos y las señoritas eran más bien de puertas cerradas en sus casas y palacios. Para eso tenían los patios y las habitaciones frescas. Nada de ponerse en la calle con un búcaro. Tampoco en las casetas de Feria era costumbre instalar veladores al aire libre. Al revés, sólo los elegidos pasaban dentro. Los viejos cafés eran literarios, incluso románticos, pero los veladores en las aceras carecen de encaje en la poética de Bécquer, que era sutil, y puesto a rimar, se interesaba más por las golondrinas que por los turistas.

En general, lo peor de todo: un velador no tiene esencia sevillana. Está al gusto de esos guiris que se tumban al sol en un parque, estupidez que nunca cometerá alguien del lugar, pues aquí el riesgo de insolación es alto. El velador abunda en Europa, como han explicado los hosteleros. Es un invento extranjero. Aquí, para beber fuera del bar, no hacen falta veladores. De pie (como se aprecia en la plaza del Salvador y en alguna esquina de Santa Cruz) también se apoderan de la calle.

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