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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La Esmeralda no ofende

La diferencia entre una reina como la Esmeralda y un cantamañanas como Mateo es muy simple: el humor

No sabemos qué sería hoy más provocador, si las canciones de los Sex Pistols o los chistes verdes de la Esmeralda. De los primeros no tenemos noticia desde que se estrenó Sid y Nancy en el desaparecido cine Rialto, durante una sesión en la que estaba el todo-punk sevillano -con el inevitable Feo a la cabeza- fumando, bebiendo litronas y eructando como los vikingos que saquearon la Ishbiliya mora. De la segunda, la famosa transformista de la calle San Luis, cuyo nombre oficial era Alfonso Gamero Cruces, tuvimos noticias el pasado domingo, cuando -por motivos que les ahorro- acabamos al volante de un Peugeot negro cargado de amigos y escuchando una grabación de sus mejores chistes. Fue como si de repente nos hubiésemos trasladado a La Caseta, ese antro de perdición que La Esmeralda abrió en la carretera de La Rinconada y por cuyas tablas pasó la aristocracia travela de una Andalucía fértil en el transgénero.

De esa vieja grabación, que remite a los expositores de cassettes de las ventas, divierte casi todo: el fondo de risas de señoras achispadas y jaraneras, la ordinariez brutal y sin anestesia, el contenido surrealista de los chistes o ese léxico prohibido tanto en los salones de té como en los papeles oficiales del movimiento LGTBI. Sobre todo, ese puñado de palabras bravas y lúbricas evitan ofender gratuitamente. La Esmeralda se ríe de su caricatura. Todo buen humor tiene algo de autoflagelación, de gesto sacrificial, y el travesti macareno, que tantos insultos tuvo que recibir de chulos e inquisidores, consigue el milagro de arrancar risas sin que nadie se sienta humillado. Eso es lo que diferencia a una reina de las tablas de un payaso (así se define él con especial acierto) mediático y narcisista como Dani Mateo, cuyo gran gag (jaja) consistió en ofender gratuitamente a centenares de miles de personas sonándose la napia con la bandera de España (jeje). Nuestra progresía y sus antenas mediáticas han salido en tromba para evitar su condena por un juez y a nosotros nos parece muy bien, porque no vamos a meter en la cárcel a un cómico por el mero hecho de ser un cantamañanas. Mejor lo tiramos al pilón del olvido.

A ciertos humoristas les está pasando lo que a algunos artistas, que intentan adquirir notoriedad y pecunio mancillando los abatidos símbolos tradicionales, pero son incapaces de toserle a las banderas victoriosas la sociedad actual. Frente a ellos quedan las grabaciones descarnadas y olvidadas de la Esmeralda, una maruja-punk de pelo en pecho que se puso el mundo por peineta y que aún hoy sigue arrancando carcajadas por los caminos de Portugal y España.

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