Editorial

España mueve ficha ante Marruecos

EL Gobierno español, que usualmente encaja con diplomacia e inteligencia la costumbre de Marruecos de reivindicar cada verano sus hipotéticos derechos sobre las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, ha decidido en esta ocasión mover ficha y tomar la iniciativa después de que Rabat haya denunciado, sin pruebas, teóricos comportamientos "racistas" de la Policía Nacional en las zonas fronterizas. Así debe entenderse, y por tanto aplaudirse, la gestión del rey Juan Carlos, que el miércoles, un día después de despachar en el Palacio de Marivent con Zapatero, decidió telefonear a Mohamed VI para intentar que las aguas no se salieran de su cauce. Prueba de ello además es la filtración a la opinión pública de la conversación entre ambos monarcas. A tenor del tono del comunicado oficial, la intervención del Rey debería facilitar la resolución de la situación, a pesar, no obstante, del bloqueo temporal de mercancías que ayer sufrió Melilla. España trata así de impedir que incidentes puntuales en las zonas limítrofes -en buena medida avivados desde Rabat- pudieran afectar a las relaciones bilaterales entre ambos países. Marruecos, con quien nos unen vínculos no sólo de vecindad, sino históricos, culturales y económicos, debería ser consciente de que la cuestión de Ceuta y Melilla no existe. Ambas ciudades son plazas soberanas de España en África, motivo por el cual los Reyes las visitaron en 2007. No debería pues insistir, y mucho menos usando como pretexto episodios puntuales producidos en los puestos fronterizos, en una reivindicación que no hará sino enturbiar las relaciones de mutua colaboración entre ambos reinos. La insistente posición marroquí parece obedecer a una especie de táctica para distraer la atención sobre otras cuestiones, como la situación del Sahara. Extraña además su repentino interés por el trato que la Policía da a los inmigrantes que pasan por Ceuta y Melilla -en líneas generales acorde a las normas de un país democrático- teniendo en cuenta que, históricamente, muchos de ellos no han sido recibidos con idéntico comportamiento dentro del territorio marroquí. La gestión de la inmigración, el control de las pateras, que estos días siguen llegando a las costas españolas, y los intereses comerciales son cuestiones suficientes para cuidar las relaciones mutuas. Pero no al precio de que cada verano Marruecos invente una afrenta contra España.

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