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Dos Españas

Vuelve la retórica del odio y del desprecio al enemigo al que hay que eliminar. Vuelve el resentimiento como guía moral

Mi padre murió hace dos años. De niño conoció la Guerra Civil y de joven tuvo que soportar la posguerra. Pero aunque ya fuera muy tarde, a partir de los 50 años, pudo vivir en un mundo que era mucho mejor que el que había conocido de joven. Las cosas en las que creía se habían hecho realidad: la democracia representativa, la Seguridad Social para todo el mundo, los avances educativos, una cierta prosperidad general… Pero en sus últimos tiempos, en los peores años de la crisis, mi padre empezó a preocuparse. Me decía que estaba empezando a percibir que había algo siniestro en el ambiente. "La gente se está poniendo muy agresiva -decía-. Y está volviendo el odio". Él había conocido el odio cuando era niño -en los partes de guerra, en los tétricos boletines de noticias-, y no le hacía ninguna gracia volver a encontrárselo al final de su vida. "Yo creía que las cosas, cuando mejoran, ya no pueden ir para atrás. Pero se ve que estaba equivocado". Fue una de las últimas cosas que me dijo.

Por desgracia, mi padre estaba equivocado. Las cosas, cuando mejoran, no marcan un curso irreversible. Eso es lo que creemos, pero en realidad las cosas casi nunca funcionan así. Es más bien al contrario: los momentos de mejoría -económica, política, de ampliación de derechos sociales, de profundización en la igualdad- se suelen truncar de forma brusca, o peor aún, de forma brutal. La belle époque de los cuplés y de las primeras películas de Chaplin terminó con los millones de muertos en la guerra de trincheras. Y la alegre era del jazz de Dorothy Parker y Scott Fitzgerald terminó en los campos de exterminio y en la bomba atómica.

Y ahora todo parece indicar que ese periodo magnífico de la historia europea que abarca desde el final de la II Guerra Mundial hasta ahora -y que en España abarca todo el tiempo de vigencia de la Constitución del 78- está condenado a desaparecer. Vuelve la retórica del odio y del desprecio al enemigo al que hay que eliminar como sea. Vuelve el resentimiento como única guía moral. Vuelven los demagogos que prometen lo imposible sabiendo que es imposible. Vuelven las mentiras. Vuelve la propaganda que se hace pasar por verdad. Y ahí están Trump y Bolsonaro, sí, pero también una izquierda cada vez más gritona y delirante. Mi padre murió hace dos años. Y tenía razón: lo que mejora puede ir hacia atrás. Y de qué manera.

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