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QUE veinticuatro horas antes de protagonizar, como antagonista principal, el debate de investidura de Zapatero, Mariano Rajoy haya tenido que sufrir, de cuerpo presente, la impugnación, sibilina y taimada, de Esperanza Aguirre hacia su figura política, reitera la vigencia del aforismo de Churchill: los peores enemigos son los compañeros de partido.

Aguirre ha sido la única líder territorial del PP -no la llamo baronesa para evitar la comicidad de la expresión- que no ha cerrado filas en torno a Rajoy después de su segunda derrota electoral. No es ninguna sorpresa. Hay que recordar su órdago anterior al 9-M, cuando presionó para colocarse en la carrera por la sucesión del presidente nacional, apostando por su eventual fracaso en las urnas, y evitar la postulación de su "queridísimo" Alberto Ruiz Gallardón.

Pero no está siendo consecuente. "A fecha de hoy no entra en mis planes. Ahora, si hay un cambio de planes, el primero en saberlo será el presidente de mi partido. Quedan dos meses [para el congreso del PP]. Sería un desprecio a los 700.000 afiliados decir lo que voy a hacer en junio", ha declarado Esperanza Aguirre sobre su cacareada candidatura al liderazgo del PP frente a Rajoy. Merece la pena examinar estas palabras. No se corresponden con la actitud esperable en una dirigente cualificada un día antes de que su jefe debata ante toda España la investidura del adversario socialista. Pertenecen más bien al género de la amenaza: si Rajoy no se porta bien, lanzo mi candidatura. Y aunque presume de liberal, no es difícil deducir qué piensa Aguirre que es portarse bien: hacer una oposición dura a Zapatero, plantear una fuerte batalla ideológica y sumergir al Partido Popular en las playas del thatcherismo, con privatizaciones, rebaja de impuestos a costa de los servicios públicos e intervencionismo en los medios de comunicación.

Luego está el pretexto: ¿un desprecio a los afiliados populares proclamarse desde ya mismo candidata? Más bien creo que todo lo contrario. Si piensa que es una alternativa a Rajoy en el centro-derecha español, que yo creo que lo piensa, debería dar ya el paso al frente, precisamente para defender su programa abiertamente ante la militancia y, de paso, sortear las dificultades que siempre tiene quien se enfrenta al aparato partidario (controlado por Rajoy). En lugar de eso prefiere permanecer emboscada, dejando que otros hablen por ella y animando una candidatura soterrada que maneja como una espada de Damocles sobre la cabeza de Mariano Rajoy. Es una maniobra fría y calculadora: si no se atreve ahora, aguardará a que Rajoy fracase en las elecciones autonómicas venideras. Juega a todas las barajas.

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