Puede considerarse la final de la Supercopa de Europa que se libra esta noche en el Cuerno de Oro el pistoletazo de salida para el fútbol de verdad. Aunque ya empezaron algunas ligas puede considerarse esta gran gala del fútbol continental el fin para el síndrome de abstinencia que nos ha venido martirizando durante meses. Demasiado tiempo para que el cuerpo no se resienta por la ausencia del mayor espectáculo de la contemporaneidad.

Por mucho que la rumorología siga de guardia y aunque el capítulo de fichajes continúe abierto, la cuenta atrás hacia este tan esperado fin de semana ha empezado. La carrera está dispuesta y las citas vespertina en Cornellá y nocturna en Heliópolis ya copa todo el interés, o casi todo. Y es que las carencias que ha mostrado el Betis en tiempo de laboratorio tienen en un sinvivir a sus fieles, estupefactos por la tardanza en llegar futbolistas que se consideran imprescindibles.

Pero esta noche en Estambul tenemos un formidable aperitivo entre los dos campeones continentales. Los rojos del Liverpool frente a los azules londinenses del Chelsea para dictaminar la hegemonía europea del momento. Y ante este pleno inglés, la añoranza por tantos duelos de este calado entre españoles mientras los mandarines de nuestro fútbol andan a la greña en la mayor colisión de egos que el fútbol ha parido desde que se convirtió en lo que hoy es.

No hay mal que cien años dure y mañana ya será víspera de ese apasionante Athletic-Barça que abrirá el mejor invento que generó el fútbol, el todos contra todos de la Liga. Esto ya no tiene marcha atrás y a hacer gárgaras tanto fútbol ficción como el verano se trae en su valija. Llega la verdad de este juguete que alguien calificó como lo más importante de las cosas menos importantes. Lo de esta noche ya es un paliativo, de calado, pero paliativo. Lo auténtico, pasado mañana.