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Europa cimarrona

Es a Putin, que tanto ha hecho por desmembrarla, a quien debemos esta inopinada cohesión europea

Dios, patria y familia", el eslogan con el que la señora Meloni ha ganado las elecciones italianas, podría ser perfectamente el lema del señor Urkullu o del señor Junqueras, cosa que no se atreverían a negar ellos mismos, lo cual viene a demostrar que en España el nacionalismo foráneo nos parece inaceptable, mientras que el nacionalismo de interior, nuestros entrañables fratelli del norte, son algo así como una cima de la progresía, protegida de cualquier contaminación ilustrada: libertad, igualdad, fraternidad, etcétera. Prueba de ello es que el señor Urkullu anda excarcelando gudaris, abnegados patriotas tintos en sangre, mientras que al nacionalismo catalán no acaba de funcionarle el lema que copiaron a la Liga Norte de Bossi, "Roma ladrona", que aquí se tradujo como "Espanya ens roba". Todo lo cual queda escrito para explicar que la señora Meloni no llegará muy lejos.

La señora Meloni es el tercer miembro de la tríada inmoderada que forman los gobiernos de Hungría y España, sin olvidarnos de Polonia y Suecia, y tampoco, como recordaba ayer aquí Ignacio F. Garmendia, del Gobierno Brexit del señor Johnson, del cual no estuvo lejos -del refrendo Brexit, me refiero- la larga mano cibernética del señor Putin, distinguido patriota catalán. Estos gobiernos cimarrones, inclinados a lo extremo, hoy cuentan con dos inconvenientes de gran relevancia, que en realidad se reducen a uno: Europa. Y en concreto, a la imposibilidad actual, dado el carácter de la política rusa (que aun cuenta con tibios defensores, tipo Berlusconi, dentro del Gobierno español), de entonar un cauteloso himno antieuropeo, en plan la "Europa de los pueblos" o cosa similar. A esto debe sumarse una cuestión inmediata: la propia normativa europea, tediosamente garantista y aburridamente democrática, acaba siempre por erosionar las punzantes proclamas de la Europa cimarrona que hoy prolifera, una vez más, apoyada en una común incertidumbre.

Cabe preguntarse si un creciente número de gobiernos cimarrones terminará por envilecer y derruir la idea de Europa. Lo cual podría ser cierto en otro momento. Pero no ahora. Y ello por una cuestión ya mencionada. Aquello que nos separa de Rusia y de los extremistas es la idea de Europa. De modo que, paradójicamente, es al señor Putin, que tanto ha hecho por desmembrarla, a quien debemos esta inopinada cohesión europea, este freno a la Europa cimarrona que hoy copa nuestros titulares y aflige a parte, solo a una parte, de sus administrados.

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