EUROPA ha hablado. Eso de pasar la gorra entre las empresas de móviles e interneses para pagar la factura colectiva de TVE no queda muy atinado. La pirueta, inspirada por lo que también propuso en su momento el marido de Carla Bruni, se ha estropeado en el aire. El Gobierno tiene dos caminos: persistir y meterse en un berenjenal judicial (y que me temo que en su momento tendrá que apechugar el relevo de ZP en la Moncloa) o rectificar, que no será la primera vez que lo haga el actual presidente.
La reforma en RTVE, una de esas decisiones tan apresuradas como sorprendentes e inoportunas del zapaterismo, es otro de los nudos gordianos que se tajaron a destiempo. La supresión de la publicidad en la pública ya no era ni tan urgente ni tan necesitada en estos tiempos, salvo para las cuentas de los cuatro grandes grupos televisivos, a los que se les ha allanado el camino en sus fusiones. A cambio, la televisión en España sólo muestra dientes de leche cuando se trata de criticar al Gobierno (salvo ranchitos tipo Intereconomía, refugios dignos de El club de la comedia).
Con la exigencia europea quedan unos 250 millones de euros en el aire para alimentar el artrítico mastodonte de RTVE. La intención es mantener la recaudación a costa de las 'telecos'. Aunque hay anunciantes que estarían encantados con volver a contar con las ventanas de La 1 y de Clan, los canales privados pondrían el grito en el cielo porque esta medida sería una afrenta, ya que ellos están también obligados a apoquinar con sus pellizcos a la renovada corporación de Alberto Oliart. TVE se quedó sin anuncios y sin las cuentas claras. La 1 sigue con sus culebrones y la nueva situación sólo ha llevado a La 2 a perderse entre la treintena de canales con sus programas, tan de servicio público como invisibles. Para esto no hacía falta meterse en líos con la Comisión Europea.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios