LA recogida de basuras es uno de los indicadores para determinar la cantidad de personas que habita una zona en un espacio de tiempo determinado. Así sucede en la Semana Santa y en la Feria, cuando la sensación abrumadora de gentío induce a pensar por error que hay a la vez un millón de criaturas en el real o alrededor de las cofradías, lo que resulta imposible porque no caben. En los primeros balances sobre el orden público en Sevilla durante los días de procesiones, el Ayuntamiento ha subrayado que hay más gente viendo pasos, lo que se considera un éxito de convocatoria. Para sostener que no es impresión sino evidencia empírica, esgrime que el Domingo de Ramos aumentó en un 43% el volumen de basuras retiradas respecto al año anterior. La carga de la prueba equivale a 93.220 kilos de desechos y porquería. Pero falta por averiguar si había un 43% más de personas, o se ha incrementado el caudal de suciedad per cápita que los sevillanos generan cuando deambulan. ¿Al cielo con ella y al suelo con ello?. Menos mal que tenemos al azahar como ambientador...

Animo a los regidores hispalenses a que se apliquen la sostenibilidad para que a más seguidores de la Pasión vaya a menos el cúmulo de basura. Sus campañas de concienciación no dan resultado. Tienen a mano un ejemplo válido: en la Sevilla gestionada por Emasesa, ha disminuido el consumo de agua por habitante. Con más actividad, menos gasto. La población le vio las orejas al lobo de la sequía... y de las sanciones.

Los empleados de Lipasam padecen como penitencia al resto del vecindario constituido como masa contempladora de pasos. Si la gestión de las multas de tráfico es un vergonzoso cachondeo, para qué vamos a dilucidar si se aplican o no las ordenanzas sobre el respeto a la vía pública y al prójimo. A efectos de producir desperdicios, tanto dan los que están en las sillas de la carrera oficial como los que se buscan un sitio de pie. La familia que ensucia unida, permanece unida. Qué manera de dejar a Sevilla hecha un cristo.