Exceptuando las zafias pintadas que el anarcofeminismo de la hora perpetró en algunas de sus iglesias, Sevilla la Roja estaba que daba gloria verla al conjuro del Sentenciado en viacrucis. Cómo se nota que la Semana Santa ya está en un tiempo de vísperas piafantes que hacen que desde San Gil a la Muralla, de Parras al Pumarejo fuese un río de gente que iba o venía para ver a Cristo. Cada estación, un acto de fe indudable de una multitud que se agolpaba. Noche de viernes para el recuerdo, para esa memoria intangible de la ciudad de Sevilla, ese paraíso que tanto brilla cuando acompaña a sus imágenes más veneradas. Un sentimiento que se viene arriba cuando se siente asaeteado por una corriente de intransigencia que quién sabe cómo va a terminar. Y es que cuando no se aprende de la historia, la posibilidad de repetir sus peores pasajes es más que posible.