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Una Expo chica

El Festival de las Naciones tiene una fórmula sencilla y eficaz. No han buscado lo difícil, sino lo seguro

El Festival de las Naciones, que apura su último fin de semana en el Prado de San Sebastián, es como una Expo chica. Puede que muy chica, si se compara con la magnitud de aquel evento universal; pero recogió su espíritu de abrirse a otros mundos y combinarlos con ciertas características que gustan al público sevillano. No es casualidad que la primera edición se organizó en 1993, el año de la melancolía. En esta edición está festejando su 25 aniversario, sin salida extraordinaria, pero muy consolidada ya en el calendario sevillano. Con la Feria de las Naciones se va el verano y entra el otoño en Sevilla. Con la Feria de las Naciones cambia la hora y salen las prendas de abrigo de los armarios.

Cuando la presentaron en la Fundación Cajasol (hace más de un mes y parece que fue ayer), estuvo el alcalde, Juan Espadas, junto con el presidente de la Fundación Cajasol, Antonio Pulido, y el director general del Festival, Sergio Frankel. Ahí dijo Pulido algo significativo, casi una confesión: "No podíamos imaginar que este espacio de encuentro, de cultura, de arte, de gastronomía, de convivencia, iba a seguir cosechando un éxito continuado a lo largo de nada menos que 25 años". Es verdad que en Sevilla resulta difícil que un evento dure más de un cuarto de siglo. Puede que esa sea la barrera entre la novelería de lo efímero, condenado a esfumarse, y lo que va calando, hasta que permanece.

El Festival de las Naciones ha cumplido 25 años en el Prado porque ha tenido habilidades. Una ha sido contar con personalidades que le han dado apoyo a un festejo que en otras condiciones hubiera sido ninguneado. Cuando crearon los premios solidarios, en 2003, consiguieron que la duquesa de Alba fuera la madrina en el Palenque de la Cartuja, después pasaron por el Hotel Alfonso XIII, y ya más recientemente se han celebrado en el Alcázar. Este año, con la presencia especial de la infanta Elena de Borbón.

Pero la principal aportación para mantener el festival es que ha sintonizado con los gustos de un público amplio y eso lo ha incorporado a su oferta. Conciertos gratis, con artistas conocidos, y con homenajes a otros populares, como Los Cantores de Híspalis. También una oferta gastronómica exótica, de países de los cinco continentes, no en plan de lujo Michelín, sino a precios asequibles. Y, además, unos puestos de productos variados, que encajan con esa afición al mercadillo callejero que es muy del gusto local. La guinda es dedicárselo a un país: esta vez a Argentina.

El Festival de las Naciones tiene una fórmula sencilla y eficaz. No han buscado lo difícil, sino lo seguro. Y por eso ya es una cita que forma parte del otoño sevillano.

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