El poliedro

José Ignacio Rufino / Economia&empleo@grupojoly.com

Exportadores, los nuevos emigrantes

El mercado nacional ha pasado a ser un lastre para muchas empresas internacionalizadas

NO hay síntoma más palmario de la gravedad de la situación económica que el hecho de que el lastre de las empresas españolas se llame precisamente España. Para las que sólo operan aquí, grandes o pequeñas, y también para las que están internacionalizadas, es decir, que no sólo exportan, sino que se implantan en sus nuevos mercados. El BBVA, por ejemplo, ha visto sus resultados menguar casi un 7,3% por lo precario de sus operaciones nacionales y sus enladrillados e inciertos activos españoles: la caída de los resultados domésticos no ha sido del 7,3%, ¡sino del 33%! El fuerte tirón del mercado mexicano y otros emergentes no ha podido compensar la cantidad de provisiones que han debido dotar los bancos nacionales, ocasionando recortes notorios en sus cuentas de resultados. El Santander, siempre golpeando primero, tiene un porcentaje cada vez más modesto de negocios en nuestro país: menos que en Brasil, por poner un ejemplo.

Las multinacionales no son nacionales, es lo que tiene. Para bien y para mal. Porque las inversiones y el empleo de las empresas globales se realizan en las tierras de promisión. Donde no hay mercado, el "Virgencita que me quede como estoy" es el eslogan más probable, tanto para las empresas como para sus empleados: dos caras de una misma moneda devaluada. Igual que el agua busca siempre su salida, no cabe esperar más que los beneficios del efecto sede y una cierta fachada de compromiso patriota en las estrategias corporativas de quienes salen a vender y a establecerse fuera. De nuevo en este caso, hacer de la necesidad virtud ha originado notables incrementos de las exportaciones españolas: dentro, en algunos casos como el de la construcción, no se vende un metro lineal. Y, o sales fuera, o languideces dentro.

La exportación, cuando no es planificada sino forzada por las circunstancias, es una versión comercial e indolora de la emigración. A Ginebra o Fráncfort, antes, con la maleta donde no faltaban chorizos para el camino; a México, Shanghai o Río, ahora, a la feria de turno con los planes de negocio. Se crea la riqueza fuera, y en el mejor de los casos se mandan remesas de divisas de vuelta a casa. Las empresas ganan músculo y desparpajo, es cierto. Pero deben calibrar otros costes eventuales que en el terruño no emergen. Por ejemplo, el riesgo que se adquiere con clientes lejanos -todavía existe el espacio físico-; homologaciones, permisos y trámites burocráticos; aviones, comidas y hoteles para los conquistadores; riesgo político; costes por seguros de crédito… y sobre todo problemas de comunicación, tanto explícitos (el idioma) como implícitos (las costumbres, los valores, las asunciones, lo no verbal). El principal problema de los pepes en Alemania era precisamente ése.

Las exportaciones son nuestra pequeña gran victoria como economía nacional ante la crisis global que aquí vivimos más que proporcionalmente. De hecho, una mirada al cuadro macroeconómico del Servicio de Estudios de La Caixa del mes de mayo arroja cifras provisionales negativas por doquier, salvo en algunas partidas que sí crecen, sea para bien (exportaciones), para mal (desempleo e inflación) o por narices (importaciones). Las importaciones -algunas de las cuales, como el petróleo o el gas son casi inamovibles- crecerán moderadamente, probablemente por el efecto de la subida de los precios de materias primas. Subirán los precios mermando el poder adquisitivo de los hogares. El paro seguirá despreciando la reforma laboral, y se mantendrá incólume, alrededor del 20% de la población activa. En cuanto a las exportaciones, en fin, mar en calma, o sea, poca pesca costera: a emigrar con las redes toca, a otros mares con mayor bravura.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios