BAJÓN considerable el que ha dado en este curso el fútbol español en el apartado de clubes. Tiempo hacía que no se llegaba al tramo final con tan pocos efectivos, con un solo efectivo, únicamente con el Barça como representante de la que hace doce años se dio en llamar Liga de las Estrellas. Escabechina tempranera en ese asunto menor que es la Copa de la UEFA y con el Valencia inmolado en Champions motu proprio por una errática gestión, en esta semana ahí sólo ha sobrevivido el Barcelona y lo cierto es que las bajas, las de Real Madrid y Sevilla, ocurrieron con normalidad, con todo merecimiento, sin excusa posible alguna.

Mala semana para el fútbol español, para ese fútbol que vive sin vivir en sí, sin saber de quién es, qué senda seguir, si la que dicta la autoridad deportiva o la que propugna la civil. Se ha juntado todo y esta precariedad española en los cuartos de final de Champions juega en contra de una posición firme ante esas dos corrientes que quieren manejar la situación. Y en el centro de todo, Ángel Villar, ese duradero presidente y que a pesar de llevar veinte años en el cargo se resiste con todas sus fuerzas a abandonarlo. Bueno, no a abandonarlo, sino a jugarse el puesto en unas elecciones que propugna el Gobierno y que boicotean FIFA y UEFA, cada uno con sus razones.

Y es que no es tan fácil la cuestión, pues si lógico es que el Gobierno haga cumplir lo legislado, también resulta normal que los organismos del fútbol inviten a sus fiestas a quien tengan por conveniente. Pasa que ellos no están en contra de que España obligue a unas elecciones -por cierto, tampoco hay tanta prisa cuando la Eurocopa es lo que debe polarizar la atención- y dicen que bueno, que se convoquen, pero que en ese caso España no es su invitada. Se habla mucho de rangos, de que es superior lo que dice el Gobierno de España, eso está clarísimo, pero también debe quedar claro que si FIFA y UEFA organizan algo será para que, entre otras cosas, elijan a sus invitados.