Faltaban sólo veinte minutos para el fin y la noche se escapaba entre los dedos de un beticismo ansioso de arreglar su vida. El tiempo se iba, la inquietud se enseñoreaba de Heliópolis y el bético empezaba a creer que la historia iba a repetirse. Cuarentaiún años atrás, un Málaga descendido había rociado con agua helada a una afición que volvía a pensar en Europa y esto llevaba trazas de repetirse para recalcar que la historia es la historia.

Minuto 73 en el crono de Del Cerro y aunque sólo se jugaba en terreno rival, el bético se ponía en lo peor y empezaba a enfadarse. Las demoras de Pedro en poner el balón en juego, tanta desesperante horizontalidad en campo propio, la falta de ocasiones... Todo era un todo para la inquietud hasta que apareció en el electrónico el minuto 73 en todos los relojes de Heliópolis. Se iba la noche, pero la noche le tenía guardado un regalo entrañable al bético, un gran regalo.

Pedro pensaba a quién sacarle, Mandi le dijo que tranquilo, el balón apareció en Durmisi y éste horizontalizó a Guardado para que prolongase a Fabián y Fabián repitió aquello de la noche de Reyes y se la puso en un palo a Roberto. El grito de gol debió atravesar la barrera del sonido, pues sonó como un trueno en la noche heliopolitana. Fue como un alarido de liberación con el que se espantaba la inquietud que siempre conlleva el recuerdo en su mochila, una maravilla.

Tuvo que ser Fabián, precisamente Fabián, el chaval bético que había tomado el relevo de otro de su quinta que prefirió ser cola de león, el que signase el gol de la temporada, de muchas temporadas. Y Heliópolis volvió a ser la fiesta que viene siendo desde la última noche de Reyes, y el bético se acordó de los malos tiempos, que han sido muchos y sostenidos, y de su padre, de su abuelo y de sus hijos, y de los hijos de los hijos que vendrán a perpetuar una especie única.