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Periodista

'Father and son' (y 'daughter' también)

Esa noche supe que mi casa sería Andalucía y que mi padre era un tipo magnífico

La vida es pura fusión y ay de aquel que no tenga esas contradicciones emocionales que sólo algunas veces somos capaces de ordenar e incluso de entender. Eso digo para consolarme porque yo sola me he metido en un laberinto en el que se unen Cat Stevens y Salvador Távora, a quien tanto he querido.

Corría el año setenta y dos y la adolescente furiosa que fui accedió de mala gana a ser invitada por mi maltrecho (y a la vez dignísimo) padre al teatro. Andábamos en plena guerra de la que él era mi blanco más cercano y más posible y yo, imagino, la francotiradora que a ese andaluz que jamás encajó en Madrid le había tocado por hija tocanarices. Y vimos Quejío. Solamente vi llorar a mi padre dos veces en toda nuestra vida en común: cuando perdió a su madre y esa noche en la que Salvador Távora nos robó el corazón a todos y a mi padre le removió vete tú a saber cuántos dolores, nostalgias o tal vez resistencias. Y esa noche, ese día, me caí del caballo dos veces: supe que mi casa sería Andalucía y supe que mi padre era un tipo magnífico.

Y a lo mejor lo supe porque lo había matado. Porque estaba en el guión y porque, de hacer caso a Kafka y a Freud, a cual más fantasioso, un joven no se construye si no destruye (o deconstruye que es lo mismo pero más posmoderno y puede que más misericordioso) a su progenitor. El tiempo, con esa inquina que tienen las matemáticas, la estadística o aquello que llamamos ley de vida te demuestra, frente al espejo, que lo mejor de ti es aquel señor al que te empeñaste en convertir en fosfatina. En el mejor de los casos y sin obviar, que no soy tan ingenua, que la familia no es una unidad perfecta y beneficiosa en sí sino un grupo humano donde cabe, y cómo, la mala gente y la mala fortuna de que te hayan parido ellos y no otros.

Inevitablemente la muerte de Salvador me ha removido la memoria y a la vez me ha inducido a una casera reflexión sobre los ciclos vitales y su correspondencia con el desarrollo personal. La escuela de sicología de Piaget establece unos pasos inevitables en la evolución humana, desde el abandono de la leche materna al cambio de voz, la menstruación o, eso lo digo yo, la primera hipoteca o el primer disgusto laboral. Ahí entraría la muerte del padre (o sustentador principal en las familias monoparentales o sea, la muerte de esa madre que no es sólo regazo y sopa de gallina).

¿Pero qué pasa cuando alguno de esos ciclos no se cumple? ¿Nada? Es posible que los seres humanos evolucionen incluso al margen de la psicología pero tal vez, quiero pensar que no, lo que ocurre es que hemos construido una sociedad adolescente y por tanto emocionalmente frágil, poco propensa a la reflexión y presa de imprevisibles cambios de humor.

Y ahora que me maten mis menores, a poder ser sin mucho dolor.

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