savoir faire

ángela García-monzón

Fauna playera

LOS paseos por la orilla del mar se convierten en ocasiones en auténticos estudios sociológicos, y la playa en el escenario del despliegue de verdaderas bandas claramente reconocibles. Las apenas 350 palabras de esta columna no alcanzan para esbozar un resumen completo de todos los perfiles de lo que podemos llamar fauna playera: no están todos los que son, pero son todos los que están.

Las pubertosas: chicas en plena revolución hormonal. Llaman la atención porque se mueven en grupos de no menos de cinco (los paseos por la playa suelen no superar las tres personas), comentando entre grandes carcajadas la quedada del día anterior, haciéndose selfies con sus móviles (alguno caerá al agua en lo que queda de verano) y constantemente comprobando si el biquini (para algunas, el primero de su vida) está en su sitio.

La buscamiradas: planta su silla en plena orilla, donde cualquiera que pasea la ve, y generalmente está en topless.

La rompecostillas: básicamente, por los codazos que provoca a su paso. Paradójicamente, llama la atención sin buscarla, no como en el caso anterior.

El llanero solitario: se mantiene impasible en la orilla, fichando a cada fémina que se le cruza. Lleva gafas de sol para ocultar sus miradas indiscretas, el bañador remangado, y luce un cuidado bronceado.

Los atléticos: pasean en pareja como si corrieran la maratón de Nueva York. Generalmente hay uno en mejor forma que el otro, que va con la lengua fuera, pero éste intenta disimularlo.

Los pijoteros: a ellos se les reconoce porque bajan a la playa con camisa y mocasines, y ellas dirán que se han comprado el caftán (o camisola, generalmente blanca) en una boutique fina de la capital, pero en realidad acaban de regatearle dos euros a un vendedor ambulante. Gafas de aviador, cadenas doradas y sombrero claro con cinta negra completan el look.

Los viejóvenes: aquellos para los que la edad (y la falta de firmeza) no es impedimento para plantarse un biquini o un marcapaquetes. Señora, un bañador siempre es una buena idea. Señor, tápese, por favor.

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