Aeste paso un chow-chow ganará Masterchef y un guacamayo criado en Palencia estaría en condiciones en unos años de ser, como mínimo, finalista en La Voz. Lo de ganar Gran Hermano VIP es mucho más sencillo. El oso del otro día en Vaya fauna tiene más gracia e ingenio que Belén Esteban y conviviría con menos problemas con una panda de humanos despanzurrados por un sofá. Ganaría por aclamación, pero ese plantígrado trompetero, estampa de circo con aroma a establo, despierta melancolía, evocando aquellos antecesores que malvivían encadenados al cuello como títeres de feria. Antes del elefante de Bostwana las cadenas de televisión, menos Aquí hay tomate, pasaron de largo de aquel oso rumano que emborracharon para que se pusiera a tiro de don Juan Carlos. Estábamos avisados.

El lampo pelaje, cantinela que repetían los que estaban en el plató, delataba por supuesto salud y el buen trato que recibe este otro peludo que baila con el hula hoop con su generoso cuello. Pero da lástima. Los ojos del oso delatan que no está bien que termine animando supermercados y haciéndose selfies con los Gemeliers. Un animal tan feroz y hostil en la naturaleza, señor de nuestros montes ibéricos, no debería formar parte de espectáculos, por muy bien criado que esté. Otro asunto son animales más cercanos a nosotros: el perrito, el cerdito o el mosquito tigre. Hermanos pequeños a los que se les puede enseñar alguna ocurrencia para las visitas de los domingos.

Lo de Vaya fauna es una consecuencia natural. Es el paso siguiente a la riada de niños. Y para cerrar la sentencia de Hitchcock ya sólo faltaría hacer un talent show con Charles Laughton. La médium aquella tan falsa que hablaba con Jordi González podría invocarlo Y al propio Hitchcock lo podrían poner al lado de Chicote.

Christian Gálvez con su presencia es como si quitara vaho al espejo, el público y el jurado respetan a los participantes, pero este Se llama Ankwa no era necesario. Ni idóneo. Con tanto niño estamos ya servidos.