ESTÁ el Sevilla ante un día muy especial de cara a su futuro inmediato. Lo de hoy en el lugar donde nació Wolfgang Amadeus Mozart y en el que los melómanos tienen puestas todas sus complacencias es muy importante y que nadie crea que estamos ante un nuevo paseo militar del Sevilla. Puede ser que a la hora de autos, el Sevilla diga aquí estoy yo, le pegue un papirotazo al rival y la cosa derive a baño y desfile, pero en este tiempo de vísperas hay que desechar cualquier tipo de confianza porque las confianzas son malas compañeras de viaje, madre no hay más que una y a ti te encontré donde te encontré, o sea.

El Salzburgo, o Red Bull, no debería ser enemigo como para romperle el pasodoble a un Sevilla que anhela volver a aquella senda de cuando los cinco títulos. No debería ser enemigo, insisto, pero donde menos se espera, en cualquier encrucijada del camino, puede emboscarse una dificultad que viaje desde lo nimio hasta lo insuperable. Por otro lado, lo del campo de hierba artificial y que no sé cómo la UEFA lo permite. Si la UEFA es tan organizadora de esta competición como lo es de la Eurocopa, la duda es la de por qué en ésta se puso hierba natural y ahora se permite que continúe con la sintética. Razones poco razonables y, desde luego, poco razonadas.

Pero aun sin hierba y con moqueta, el Sevilla debe hacer valer el buen rédito que acumuló en Nervión para poner la primera piedra de un edificio, el de asir la tercera Copa de la UEFA. Se repasan las alineaciones, se piensa en el 2-0 del primer asalto y no parece que vaya a surgir ningún obstáculo insuperable, pero, a veces, las cosas no salen como se espera, el Salzburgo, o Red Bull, no es tan malo como aquí pareció, el partido se encabrona y luego pasa lo que tantas veces pasa en fútbol, que surge la sorpresa. No debe ser así, pero mejor ir con el cuchillo en la boca y prevenido; además, que se juega en moqueta y la moqueta está para lo que está, no para el fútbol.