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Feijóo, el político con trazabilidad pero desconcertante

El Partido Popular salva una bola de partido y presentará un candidato sólido El presidente gallego tiene la oportunidad de hacer una formación moderada y confiable Se examina en sus relaciones con el Gobierno y en los pactos con Vox El PP dista mucho de ser hoy una balsa de aceite

Alberto Nuñez Feijóo en el acto con miembros del PP de Galicia donde confirmó su candidatura para liderar el partido a nivel nacional.

Alberto Nuñez Feijóo en el acto con miembros del PP de Galicia donde confirmó su candidatura para liderar el partido a nivel nacional. / Lavandeira JR / EFE

Primera consideración: el PP tiene suerte. Llega a tiempo de poner en el cartel a un político sólido con expectativas reales para ser presidente de España. El experimento de Casado/Egea les ha estallado a tiempo, antes de perder una nueva oportunidad de competir con opciones. Aunque hay que anotar que con Feijóo se va a producir algo inaudito: el relevo generacional a la inversa. Sale Casado (41 años) y los sustituye un político bragado con veinte años más. Es un desafío a la ley no escrita de la obsesión del poder para los jóvenes a cualquier precio, esa efebocracia hiperventilada. Un partido da marcha atrás porque la generación que llegaba le ha salido mala. Necesita tirar de experiencia, que siempre tiene ventajas e inconvenientes. Y no pasa nada. El mundo no se agrieta ni supone darle un estoconazo a las generaciones siguientes. Simplemente es una rectificación lógica de un partido de gobierno. Encargando a González Pons la organización del congreso -que ganará Feijóo por méritos propios por no por votos vengativos prestados- ha echado mano de un político veterano y solvente. Veremos si a su futuro equipo se reincorporan otros populares que creíamos ya jubilados. Desde luego no está el PP para desperdiciar talento ni experiencia.

Feijóo, desconcertante político de Os Peares (Orense)

Feijóo lleva muchos años en la actividad política y con éxito. Cuatro mayorías absolutas en Galicia no se consiguen sin solidez y sin saber lo que se tiene entre manos. Pero el presidente gallego es un político desconcertante. Tiene buen cartel fuera de Galicia, incluso en ámbitos progresistas. De hecho, algunas de sus posiciones no parecen de la factoría PP. Son mucho más progresistas que algunos nacionalismos tradicionalistas del norte. Lo suyo es una suerte de derecha regionalista/autonomista que funciona. Y como todos desde que Fraga abrió aquella lata sin complejos, es galleguista hasta la médula. En otros lances ha impulsado medidas muy conservadoras (recortes y privatizaciones), la privatización de las cajas gallegas (de cuya quiebra culpó la Audiencia Nacional a la Xunta) y su venta a un banco venezolano, o el retroceso de la enseñanza del gallego, paradójicamente. En la oposición al gobierno del PSOE-BNG fue un feroz jefe de la oposición jugando incluso con el fuego de acusar al ejecutivo gallego de las cuatro muertes en los incendios forestales que arrasaron el monte gallego en 2007. Tiene la vitola de un hombre de Estado pero durante la pandemia no pasó un solo día sin arremeter contra todo lo que se movía en Moncloa. Sin embargo pasa por ser un centrista, salvo para Vox, que lo considera nacionalista.

Ni siquiera militaba en el PP en sus orígenes (gestionó el Insalud y Correos) hasta que fue reclamado en Galicia y terminó relevando a Cuiña. Desconcertante Feijóo, que no por eso deja de ser la mejor baza del PP y que comparado con lo que había en Génova hasta hace unos días es el Churchill de La hora más oscura.

El político que viene de vuelta

Llegar a Madrid, como plaza grande de la política española, a los 61 años y con cuatro mayorías absolutas es una ventaja. Sabe cómo funciona el juego y sabe jugar. Conoce los limites de las cosas y, en realidad, tiene poco que perder. Sus éxitos electorales no se los quita nadie. Ganó solo. Rechazó coaligarse con Cs porque la marca PP funciona en Galicia y no necesitaba auxiliares de vuelo. Ahora debería ser el político con altura de miras que necesita el centro derecha. El cadáver de sus fotos con el narco Marcial Dorado en su armario ya huele. No parece que vaya a obstaculizarle mucho el futuro aunque esa sombra sea alargada para un político. Lo que sí tiene en sus manos es debutar con acuerdos de Estado razonables y rápidos: el desbloqueo del CGPJ por ejemplo. Sería un soplo de aire fresco en las viciadas relaciones entre el gobierno y la oposición. Aunque ya hay quien desde los medios conservadores le están marcando el terreno de juego. En resumen, no es de esperar un Feijóo que llame "felón", "okupa" o "traidor" al presidente del Gobierno, como hacía Casado. "No vengo a insultar a Pedro Sánchez, vengo a ganar a Pedro Sánchez", dijo en el acto de confirmación de su candidatura. Fue una rectificación en toda regla al anterior equipo. Sobre todo porque si se sitúa en la línea de considerar ilegitimo a este gobierno no habremos avanzado nada en la vida pública, pero menos lo hará el PP, que mientras se obstine en esa posición seguirá viendo cómo el Ejecutivo "ilegítimo" sigue gobernando y sacando leyes adelante.

Feijóo ha revalidado cuatro veces la confianza de los gallegos con gestión y discurso, generando confianza y ganando crédito político. Sus críticos añaden que también con un control férreo de los medios de comunicación. Se espera de él sensatez y un PP de centro derecha que genere confianza.

Vox: la prueba del nueve

Eso sí, el PP está lejos de ser una balsa de aceite. La irrupción de Vox unido a sus propias trapisondas les ha movido el suelo. La salida de Casado y Egea parecen ser solo el primer asalto de quienes promueven un cambio de paradigma aún sin atreverse a expresarlo con claridad. Al menos es lo que evidencia el ayusismo, esa corriente liderada por la presidenta de Madrid y que sin haberse formulado ni constituido explícitamente es abrazada por muchos cargos, militantes y votantes que creen que otro PP es posible.

Cuando creen que otro PP es posible se refieren a un PP sin complejos en pactar con Vox, en un PP que secunde las batallas culturales a la extrema derecha, un PP que se emplee a fondo, con o sin rigor, contra el gobierno y la izquierda en general, que dé lo que llaman "la batalla de las ideas", que es una forma de identificar las únicas ideas que sirven para dar la batalla porque sin son otras ideas ya no creerán que se está librando guerra alguna. Y lo que es más importante, la batalla contra sus enemigos internos. Un PP, en definitiva, desacomplejado, y que gane elecciones como en Madrid.

Peronismo a la madrileña

Aunque en Madrid la devoción tiffosi suscitada por la presidenta tras su gestión de la pandemia y su desempeño público -un neoliberalismo cañí, faltón y escasamente ilustrado- no deja ver el bosque, estaría bien añadir algún elemento de reflexión en el que no quieren reparar, y es que el PP se enfrentaba al escenario ideal con una izquierda fragmentada en tres: PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos. Y eso sí, contaba con la innata capacidad de Ayuso para tapar a Vox simplemente ocupando parte de su espacio y de su discurso. No le quita méritos a su triunfo, pero forma parte del análisis.

El problema de estos artefactos que se generan antes socialmente que por impulso o estrategia del partido es que después no hay quien los controle. Se sienten avalados por el pueblo. Y el pueblo es soberano. Se da Ayuso un aire a Eva Perón en el sentido en el que explica al mito argentino el politólogo italiano Loris Zanatta de constituir "una religión secular, con sus dogmas y devotos" que terminó cuestionando la relación entre modernidad y tradición, y entre la legitimidad popular y la democracia. Le faltaría ser proclamada, como la política argentina, "jefa espiritual de la nación", y aunque eso no llegará sí está más cerca de proclamar el "volveré y seré millones" que puso en su boca Tomás Eloy Martínez en su recomendabilísimo Santa Evita.

El reventón: ese no saber parar

Por esos adornos devocionales que la arropan e impulsada por el fervorín incandescente de su triunfo, se permitió reventar la junta directiva del PP el martes, en la que se pretendía amortajar a Pablo Casado con cierta elegancia, pasar etapa y poner el foco en las cosas relevantes. Y la reventó pidiendo que tanto el aún presidente como Egea fueran expulsados del PP por haberla perseguido. Inédito e inaudito. Mucha saña ante el vencido. Un no saber parar. Pero la mejor forma de autoexonerarse de cualquier responsabilidad legal o moral en los contratos de su hermano con su administración es pasar al ataque. Veremos cómo evoluciona el enfermo, pero la mala noticia para Ayuso es que Núñez Feijóo no parece exactamente el PP que a ella le gustaría y González Pons, investido ya con poderes transitorios que posiblemente tendrán continuidad, no lo parece ni lo es.

Feijóo ha logrado cuatro mayorías absolutas de una manera muy diferente de como lo ha hecho Ayuso en Madrid, donde la gestión ni está ni se les espera, aunque cada día vivamos al filo de un nuevo bochorno, de los negocietes familiares o asistamos a una cruzada contra los rojos impíos que siguen recomendando mascarillas y prudencia en los lugares públicos. Y así hay quien termina creyéndose que es la Libertad guiando al pueblo. Todo muy Delacroix.

Feijóo tiene tarea. Va a hacer el camino contrario a Fraga, quien tras no haber conseguido triunfar en la política nacional se refugió en Galicia. Feijóo viene de ganar en Galicia y a tratar de ganar las generales. Tiene ante sí el reto de hacer un PP reconocible y homologable. Un partido de Estado que pueda volver a gobernar España.

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