Julián aguilar garcía

Abogado

Feísmo

¿Es necesario que nuestros conciudadanos exhiban su afán ahorrador en productos de higiene?

Con el calor llegan los tejidos más frescos, la piscina o la playa, los helados, la horchata y los granizados de limón, incluso el pantalón mil rayas para los más clásicos. Y se acrecienta el feísmo.

El feísmo, además de una muy discutible tendencia artística, es un hecho sociológico de gran importancia, independientemente de que el significante, con este significado, esté o no en el Diccionario de la Academia, que no lo está. Aún más: no sólo es un hecho importante, sino que lo es de manera creciente. Exponencialmente.

El feísmo es algo tan ubicuo como el aire que respiramos, como la afición al botellín, al cotilleo, a echar la culpa a otros por nuestros problemas o, últimamente, al fútbol femenino.

Sujetos de cualquier edad y configuración morfológica, no necesariamente delgados ni jóvenes (o sea, como yo), van con ropa deportiva sin hacer deporte, con mallas ceñidas en el caso de las señoras, con un desaliño exagerado pero no impostado estéticamente por dandismo, sino simplemente alcanzado por dejadez o por empeño grosero. Con cierta exhibición corporal que ni siquiera obedece a un prurito sensual sino a algo que se asemeja a la delectación inconsciente del cerdo en la charca. Si todos los caballeros fuéramos Brad Pitt y todas la señoras fueran Angelina Jolie, podría agradecerse la austeridad indumentaria. Pero, lamento tener que reconocerlo, no es el caso.

El calor sirve de catalizador a ese fenómeno. Cambian el chándal de invierno por pantaloncillos cortos y camiseta sin mangas y los zapatos de deporte por chanclas. Mantienen el mismo nivel de higiene, pero se nota más porque en ello influye la temperatura ambiente.

Entras en un bar a tomarte un café, o subes al autobús, y tienes un señor al lado con una camiseta de tirantes y un pantalón corto, preferiblemente de colores vivos y brillantes, sin que conste que venga de (pese a los efluvios) o vaya a ejercitar ninguna práctica deportiva.

Y digo yo, ¿no tenemos bastante con el calor?, ¿no es castigo proporcionado a nuestros pecados que nos hayan quitado, alcalde tras alcalde, árboles y plazas de albero sustituyéndolas por monumentos al hormigón y a la losa de diseño?, ¿no es suficiente con ver hordas de turistas lorzas al aire y botella de agua bajo el brazo?, ¿es necesario que nuestros conciudadanos exhiban sus pilosidades axilares, sus pantorrillas, los deditos de sus pies, su afán ahorrador en productos del departamento de higiene?

En fin, piensen que soy clasista, carca, conservador, retrógrado o reaccionario. Hasta ultramontano. Pero permitan, al menos, que sea sincero. No veo el atractivo, la belleza, el beneficio para la Humanidad, el que bípedos implumes no especialmente apolíneos vayan por la calle vestidos con la mitad de metros cuadrados de tejido de lo que el comedimiento o la prudencia aconsejarían. Y sin contacto reciente con máquina de afeitar, jabón ni desodorante. Al menos, a mí, llámenme raro si lo ven necesario, no me parece especialmente estimulante. ¿Y a ustedes?

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