LA Feria 2008, con la que está cayendo, tiene como patrocinadores a la Consejería de Medio Ambiente, a la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir y a la Comunidad de Regantes. Si Barcelona quería un trasvase, perdió la oportunidad de convertir Tablada en un embalse. Ayer se echaba en falta que las casetas estuvieran equipadas con percheros, paragüeros y mesa camilla. Sobre todo en aquéllas que acogían las consabidas recepciones de partidos, sindicatos, empresas e instituciones, por las que se arraciman todos los que son poder o están al albur de los repartos del poder para los nuevos gobiernos en Madrid y Sevilla. Es la Feria del qué hay de lo mío, del jamón de válvula pero sobre todo de barajar las cosas de comer en el reparto de altos cargos, adjuntos y asesores; en los pactos para los grandes contratos con la Administración. Escenas en las que ponen buena cara los que se barruntan que esta vez se caen del cartel, y a cambio piden ser premiados con otro destino. Lo piden por obedientes, más que por eficaces.

Por motivos obvios, la cocina de referencia para los guisos del corrillo era la del PSOE, muy por delante de los ágapes en Endesa o Asaja, o el de Mercasevilla, que se precia de tener los mejores langostinos. Poco importaba ayer en esta Feria el contenido del discurso de Zapatero para su investidura, ni la réplica de Rajoy, ni el debate entre ambos ni las ofertas de consenso económico, judicial o antiterrorista. Con el ruido de fondo de las sevillanas y la luminaria de los teléfonos móviles, de lo que se trataba era de mancharse lo menos posible de albero embarrado, y sobre todo de pegar la hebra con los andaluces que pueden ser llamados a Moncloa y a la Administración General del Estado. Y también con los que están al loro de los puestos de consejero, viceconsejero y director general en la Junta. Es la Feria de las parejas políticos de hecho y de los matrimonios económicos de conveniencia. Y a quien Zapatero se lo dé, que Chaves se lo bendiga.