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Alberto González Troyano

¿La Fiesta de toros es cultura?

manifestación de un pueblo Por el mismo anacronismo que conlleva su existencia, ya merece un respeto cultural. En un museo andante

Cada vez es más frecuente esta pregunta. Y conviene, por tanto, enfrentarse con ella, sin recurrir para ello a los tópicos habituales. Desde una perspectiva antropológica, la tauromaquia forma parte de la cultura española, igual que sucede con la Inquisición, los autos de fe, el bandolerismo, la obra de Cervantes o las pinturas de Goya. Acontece lo mismo en otros países. Por ejemplo, tanto el nazismo de Hitler como el Fausto de Goethe son productos de la cultura alemana, aunque podamos rechazar uno y admirar con entusiasmo al otro.

Pero en general, quienes plantean la pregunta (Juan Ruesga, hace pocos días, en este mismo periódico) persiguen otra finalidad y suelen estar movidos por otra preocupación. Para ellos, posiblemente, cultura tiene una significación más selectiva que integra, sobre todo, el mundo de las artes, la música, la literatura y su entorno colindante. Es decir, ese tipo de manifestaciones que cuentan con el aura y prestigio de ciertos valores. El problema reside en que esos valores cambian porque también se altera el gusto y la sensibilidad del publico. Así, la obra pictórica de Goya permanecía en un apartado limbo hasta que los románticos franceses la "descubrieron". Cadalso, hacia el último tercio del siglo XVIII, narra en sus Cartas marruecas una escena flamenca (quizás la primera que figura en la literatura española) desde un punto de vista ferozmente crítico y negativo. Durante muchísimas décadas, esa es la visión del flamenco que prevaleció entre los ilustrados y sus herederos cultos y regeneracionistas. Recuérdese como algunos de los más significativos compañeros de la generación de García Lorca, le escribieron tras publicar el Poema del cante jondo, aconsejándole que "se dejase ya de gitanerías". Sin embargo, han pasado unos años, y el flamenco ahora está elevado a los altares.

El aprecio cultural de la tauromaquia está, por tanto, expuesto a las mismas variaciones que sufren los valores que la enfocan. Cualquiera que sea la alta consideración que haya recibido, su situación ahora es muy distinta, como testimonian las encuestas a las que alude Juan Ruesga. Incluso, podría pensarse que una faceta de su antiguo prestigio social repercute negativamente en su imagen de hoy. De un cierto aspecto rancio, presente en los aledaños del espectáculo, la Fiesta no ha sabido desprenderse todavía, distorsionando, en opinión de mucha gente joven, los valores que la corrida aún conserva. Las estadísticas son claras a este respecto.

La tauromaquia tuvo su origen en un momento histórico muy concreto y arrastra el lastre de las distintas épocas sociales que ha atravesado. Se ha ido adecuando, a veces dejando atrás algunos de sus mejores valores, de otros sólo mantiene las apariencias de ritos y liturgias. Pero por el mismo anacronismo que conlleva su existencia, ya merece un cierto respeto cultural. Es un museo andante, en el que todavía quedan restos dispersos de vida, personas que creen en su función, e, incluso, mueren por ella. Y algunos aficionados encuentran en sus viejas ceremonias unas emociones que apenas le deparan otras cosas más modernas.

Es evidente que la corrida ha perdido arraigo en el mundo de la cultura española. No hay que ocultar ese problema, porque en algún momento puede ser fatalmente perjudicial para su continuidad. No es suficiente con tener un reducto fiel de partidarios: una opinión pública indiferente y distante, también puede colaborar, con su silencio y abstencionismo, con los abolicionistas. Desde esa opinión pública, distante pero no enemiga, procede la pregunta "¿la Fiesta de toros es cultura?", posiblemente bien intencionada y planteada con el deseo de cerciorarse, de contar con argumentos para opinar mejor. Se trata, pues, de ir proporcionado respuestas, pero no sólo con teorías y reflexiones. A veces, la imagen de la tauromaquia que llega a muchos sectores, parecería sacada de alguna célebre escena de Eugenio Noel, cuando para denigrar ese mundo que tanto detestaba, recurría a pintar estragados señoritos, aristócratas decadentes, cupletistas y flamencos. Y aunque muchos quieran encerrar la cultura de las corridas de toros entre esas cuatros paredes del pasado, la Fiesta ya es otra cosa y debe producir una cultura que dé cuenta de los valores que la han mantenido con vida tres siglos, a pesar de los señoritos y muchos detractores. La exposición del Museo de Bellas Artes de Bilbao, del pasado verano, es un ejemplo que debía cundir. Pasear por sus salas llenaba de orgullo al aficionado. ¿Quién prosigue por ese camino?

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