DERBI Betis y Sevilla ya velan armas para el derbi

de todo un poco

enrique / garcía-máiquez

Fin de curso

EL calendario escolar y el anual corren en constante contrapunto. Cuando fin de año y año nuevo, estamos a mitad de curso. En cambio, las clases empiezan en una estación terminal como el otoño. En primavera, que es cuando el año florece, es el momento para los alumnos de encerrarse a recoger los frutos de sus esfuerzos, más o menos denodados. Del vaivén entre los dos calendarios -con nosotros, en medio, bamboleándonos- nacen notas muy musicales y, a menudo, melancólicas.

Por ejemplo, ahora, en pleno esplendor de junio, contemplamos el crepúsculo académico, y entramos en la sentimental temporada de las despedidas. Los alumnos están exultantes y los profesores, a poco que nos dejemos ir, quedamos entre escépticos y entristecidos. Para nosotros, se diría que los cursos se suceden como el eterno retorno: el septiembre que viene vendrán alumnos de la misma edad, la misma pinta, las mismas inquietudes, a los que tendremos que repetir los mismos programas. Si uno se deja atrapar en ese círculo vicioso, se entiende el desamparo: sólo envejezco yo. Los alumnos de cada año se esfuman radiantes, contentísimos, orgullosos de sus títulos, dispuestos a comerse el mundo o los próximos estudios. Se despiden con inmensas sonrisas y abrazos; nos dan las gracias con emoción.

Las gracias las tendríamos que dar los profesores. Tanto explicarles que se enriquece más el que da que el que recibe para acabar así, de sereno receptor de agradecimientos… por el alto privilegio de haberles podido enseñar lo nuestro. Y tendríamos que darles las gracias no sólo por eso: los alumnos, al ser cada uno de ellos único, nos rescatan, como quien no quiere la cosa, de la maldición del eterno retorno, que es de los peores infiernos que imaginarse puedan.

Cada persona es un mundo, de modo que cada curso es una vertiginosa constelación de realidades irrepetibles e inabarcables. Si no fuese por nuestros límites de memoria y de corazón, tendríamos que recordar a todos por su nombre para siempre. Son la razón de que nuestro trabajo, con recortes y presiones, con sinsabores y desprestigios, sea uno de los más nobles. Se escucha, de pronto, un acorde perfecto entre los dos calendarios: es junio, el sol brilla en lo alto y el curso, aunque lo parezca, no se acaba: van saliendo de nuestras clases, sí, pero para poner en práctica lo que aquí han aprendido. Casi, casi diría que es ahora cuando todo empieza.

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