LA lucha entre ideologías quedó sepultada bajo los cascotes del Muro de Berlín, el liberalismo se impuso al comunismo y la única evolución pendiente de la humanidad es la científica. Fin de la historia. La controvertida pedrada contra la esperanza en un mundo más justo y solidario que lanzó Francis Fukuyama hace más de veinte años nos dejó huellas indelebles como las de Reagan, Thatcher o nuestra Aguirre, esos bizarros apóstoles del libre mercado. Decía el irrepetible José Luis Sampedro que "la humanidad es muy rudimentaria: racional en sus fundamentos, pero visceral en los modos de operar", como evidencian la reelección de George W. Bush o la pasión de media Italia por caballeros como Berlusconi.
Pero en España, a pesar de los pesares, aún no está todo perdido: nuestros niños ya no quieren ser políticos de mayores. Según una encuesta de la Fundación Adecco a un millar de niños de entre 4 y 16 años, ese futurible sólo es contemplado por un 4,4 %, mientras la mayoría se decantan por ser futbolistas (ellos) y profesoras (ellas). Ese desdén por el pesebre como modo de vida es una buena noticia que emerge en pleno ocaso del bipartidismo que tan bien se están ganando a pulso socialistas y populares, entre el ere que ere los unos y la continental isla del tesorero los otros, en esencia un triste todo uno para muchos más allá de talantes, maquillajes y proclamas.
Es tan posible como deseable que Fukuyama se equivocara en sus predicciones sobre el fin de la historia y que la mejor ideología esté por venir. Y que los futuros representantes de la soberanía popular sean gente preparada sin ánimo de medrar y capaces de prosperar en la vida y en el partido más allá de fidelidades perrunas al de arriba.
Y esperemos que los periódicos impresos puedan contarlo, por muy estupendo que se ponga Jeff Bezos, el flamante dueño de Amazon, que al hacerse con el laureado y arruinado The Washington Post se dispone a relanzar el periodismo digital en detrimento del papel. "En veinte años no habrá periódicos impresos" es su fúnebre augurio. Esperemos que se equivoque y algunos sigamos manchándonos felices las manos de tinta.
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