Y a María Castro le dijeron que tenía que hacer de la Lore, pero en drama. Se hizo con un curso de Adriana Ozores como madre de Manolito Gafotas (tiene gestos calcadísimos), otro de chonismo por correspondencia y así se pone sobre sus hombros de gimnasta este Vive cantando mientras en Telecinco la anuncian en el Tierra de lobos que dormía en un cajón olvidado. La nueva serie de Antena 3 producida por Doble Filo es tan lacrimógena que es puro metilfosfonato televisivo. Gas sarín en casa. Que no se entere Obama. Es un dramón con esqueleto de telenovela al que le han puesto una realización más elaborada de lo que se suele gastar en el género del serial.

Esta ficción de Antena 3 va a funcionar porque, como un monovolumen por encargo, almacena todos los clichés y fórmulas estéticas que han gustado al espectador español medio en el último siglo. En ese barrio de bares y tragaperras, tan real que termina siendo surreal, se mezclan Los Serrano, Al salir de clase, Cuéntame, Los protegidos o la película Tapas (el gordo del bar con bigote mejicano). Hay hasta dos municipales de cabecera, como en Farmacia de guardia. Todo trillado para hacer llorar, mucho; y sonreír, algo. Da vértigo ver a Manuel Galiana como abuelo gruñón cuando muchos espectadores lo hemos visto en papeles de yerno ideal. La incorporación son esos números musicales, tipo Glee de barriada, que terminan de aliñar este salpicón de perdedores buenas personas. Pilar Castro, la madre enferma, sólo va a salir en el primer capítulo. Y es una pena. Una pena tan grande como todo el arranque de esta historia que es un regreso al futuro, con María Castro como una Marisol crecidita. Una ficción tan actual que es un fósil del cine costumbrista de Rocío Dúrcal pasado por el filtro de los Auryn. Vive cantando no es gastronomía para tantos seriéfilos de versión original, pero es un efectivo bocadillo de calamares y cebolla para todos los públicos.