El periscopio

León Lasa

Friburgo: 25 años más tarde

HE regresado hace pocos días de Freiburg im Breigau, la pequeña capital universitaria de la Selva Negra donde pasé un tiempo imborrable hace ahora veinticinco años. Y estos días allí, en Friburgo, me han hecho recordar cómo éramos entonces, qué camino hemos recorrido, y en dónde nos encontramos ahora. En 1985, España ni siquiera era miembro de la Comunidad Económica y todavía los Pirineos parecían una barrera mental imposible de franquear. Apenas se veían turistas españoles que pasearan por las calles peatonales y acanaladas de la ciudad y los precios de cualquier objeto de consumo -desde la más simple cerveza hasta la ropa de vestir- se nos antojaban absolutamente disparatados para nuestros bolsillos. Alemania, Europa, nos parecía una quimera seductora que algún día podía convertirse en realidad. Al año siguiente, en una ceremonia que todavía algunos recordamos, nuestro país fue admitido como miembro de pleno derecho en el, entonces, selecto club europeo.

Durante todos estos años, en especial los que van desde 1994 hasta hace relativamente poco, y muy particularmente desde la entrada en la moneda común, hemos experimentado una suerte de estado de euforia evanescente que, tanto a título particular como nacional, nos ha llevado a creer, sin duda erróneamente, que habíamos dejado de ser ni siquiera la sombra de lo que siempre fuimos. Con la estulticia propia del nuevo rico, mirábamos casi con desdén a quienes nos sufragaban muchos de nuestros excesos. Nos hemos despertado de golpe y porrazo y al final, tras ese tránsito efímero por las sendas de la prosperidad, nos enfrentamos a una realidad que, como un bucle permanente, nos lleva de nuevo al principio, al estado en el que las cosas estaban cuando uno, cateto y juvenil, caminaba despreocupado con un cuarto de siglo menos por la Munsterplatz. Ahí me encontraba, saboreando una jarra de la cerveza local Ganter a un precio ajustado (en los últimos diez años la inflación española ha triplicado a la alemana... pero gozamos de su misma moneda; ¡qué listos somos!) cuando leí en el Badische Zeitung (www.badische-zeitung.de) la noticia de que, ya sin tapujos, tanto el ministro de economía alemán como la canciller Merkel declaraban que el socio que no fuera capaz de cumplir con las reglas del euro podría y debería ser expulsado. Miré la inmensa torre gótica que domina toda la plaza y me pregunté si en mi próxima visita a Friburgo, al cabo de unos años, no tendría que, como en aquellos días, acudir a una casa de cambio antes de comenzar el viaje. Añadiría entonces tristeza a la melancolía.

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