Tomás García Rodríguez

Fuentes ausentes en plazas de Sevilla

Las fuentes son consustanciales a Sevilla y están enraizadas en nuestras almas

El agua es un bien necesario para la vida y ha sido un elemento indispensable para la supervivencia, desarrollo y progreso de las distintas culturas; causa de enfrentamientos y disputas. En la Edad Antigua, sería la civilización romana la primera en proveer a las ciudades de un sistema eficaz de abastecimiento y distribución, y así, en el 98 d. de C. existían en Roma nueve acueductos y treinta y nueve fuentes monumentales.

En la Hispalis imperial, los Caños de Carmona suministraban agua a estanques, baños termales y fuentes de piedra privadas y públicas. La cultura andalusí, recordando las recurrentes sequías de sus tierras ancestrales, consideraría a las fuentes unos símbolos de riqueza, purificación, abundancia y eternidad, instalándolas en palacios, patios y mezquitas; se construyen aljibes, acequias —canales que conducen el agua de lluvia— y, en época almohade, se reedifican los Caños que habían caído en desuso desde el colapso del Imperio, mejorando el depósito principal y las conducciones hasta residencias señoriales, fuentes y albercas.

“En apariencia, agua y mármol parecen confundirse,/ sin que sepamos cuál de ambos se desliza./¿No ves cómo el agua se derrama en la taza,/ pero sus caños la esconden enseguida?/ Es un amante cuyos párpados rebosan de lágrimas,/ lágrimas que esconde por miedo a un delator” (Epigrafía, Fuente de los Leones de la Alhambra, Ibn Zamrak siglo XIV).

En época renacentista, con las nuevas aguas provenientes de los Caños del Arzobispo, las fuentes sevillanas adquieren vida propia y se convierten por sí mismas en manantiales de belleza y de placer en patios, jardines, y en plazas que llegan a ser atractivos lugares de encuentro. Con el paso del tiempo, se suman las fontanas que brotan en el ilustrado siglo dieciochesco y en el romántico decimonónico. Muchas de ellas serían desmontadas por inciertos motivos a finales del siglo XIX o comienzos del XX: las plazas de San Lorenzo, la Alfalfa, Pilatos, el Duque, el Museo, el Salvador, Villasís, la Contratación, el Duque de Veragua, San Marcos, el Pumarejo, Montesión, el Patio de Banderas, el Triunfo o Santa Ana poseían artísticas fuentes. La Alameda de Hércules contuvo seis, como la Pila del Pato, todas desaparecidas o trasladadas...

Las fuentes son consustanciales a Sevilla y permanecen enraizadas en nuestras almas, pues el fluir de sus aguas invita a refrescar los labios, a oír el canto de los pájaros que acuden a sus tazas bajo la sombra de árboles amigos y a rememorar aquellas tibias tardes primaverales cuando en la cercana plazuela los niños jugaban, soñaban y maduraban bajo los cadenciosos acordes de sus borboteos cristalinos...

“Ya no brota la fuente, se agotó el manantial;/ ya el viajero allí nunca va su sed a apagar./ Ya no brota la hierba... /.../ El sediento viajero que el camino atraviesa,/ humedece los labios en la linfa serena/ del arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,/ y dichoso se olvida de la fuente ya seca” (Rosalía de Castro).

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