Por montera

Mariló Montero

Fumar es de humanos

CON el paredón a la espalda y los ojos de los fusiles al frente, a los condenados se les otorgaba su última voluntad, que a veces era fumar un cigarrillo. Un soldado condenado, en los previos, mordiendo la boquilla del pitillo, espetó a los del rifle aquello de: "Quien me acierte en el corazón gana mi reloj". Y siguió fumando. Fumar, incluso, ha unido a los bandos enfrentados en la contienda, cuando llegaban a detener la guerra para intercambiar tabaco por papel y poder liarse una colilla.

El anecdotario generado por la dependencia al tabaco durante la Guerra resulta tan entretenido que es inevitable caricaturizar el drama de los efectos nicotínicos. Es el caso que destaca Alberto Risco en su Epopeya del Alcázar de Toledo, donde relata que, mientras los soldados de la banda de música trepaban una acacia para liarse con sus hojas una especie de peta, recibieron el disparo de un cañón enemigo. A pesar del tremendo cañonazo que los dispersó a metros de distancia, todos sobrevivieron. Uno de ellos, con la rama de la acacia que estaba cortando aún en su mano, se recomponía del golpetazo y se vanagloriaba de haber sobrevivido,.

El tabaco llegó a ser un objeto de placer relacionado con los momentos de inspiración, cultura, seducción, relajación y fortaleza. Algo que perdura en el tiempo. Hoy es el día en que se encuentran argumentos suficientes para la defensa de este derecho individual sin ser un proscrito o un apestado.

Uno de los más beneficiados por este consumo criminalizado es el Estado, por los más de nueve mil millones de euros que gana al año gracias a un negocio que genera cien millones de trabajos directos. Impuestos que contribuyeron a la integración de la mujer en el mercado laboral (las cigarreras de la Fábrica de Tabacos de Sevilla), a la creación de la Biblioteca Nacional, de Hospitales, del Monte de Piedad o del primer diccionario en castellano, entre otros muchos. Se desmorona, asimismo, el argumento de que fumar no es de izquierdas sólo con repasar que Franco odiaba el tabaco, así como Mussolini o Hitler, quien acuñó la frase de que el buen alemán no fuma mientras sus soldados echaban humo. El contrapunto lo encontramos en Roosevelt, Churchill o Stalin, quienes fumaban como carreteros.

Aún hay esperanza para los fumadores de hacer sobrevivir la práctica del primer fumador europeo. Rodrigo de Jerez, marino que acompañaba en su aventura descubridora a Cristóbal Colón, fue quien se trajo el tabaco de los indígenas hasta Ayamonte. Su mujer, asustada al ver que su marido expulsaba humo por la boca, le delató ante la Inquisición creyendo que estaba poseído por el diablo. Y lo mataron. Ni estamos en Guerra ni frente a un fusil, como tampoco ante la Inquisición. Es más sencillo: fumar es de humanos.

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