La tribuna

jAVIER GONZÁLEZ-cOTTA

Fútbol a la turca

Amenudo el fútbol revela el arcano de ciertos países. Enric González nos contó en sus Historias del calcio las pulsiones latinas que el balón desata en Italia. Turquía, rival hoy de España, es también un país rico en anécdotas balompédicas. Tiroteos, amaños de partidos, costosos fichajes de elefantes venidos a menos, sanciones de género, hinchadas psicopáticas... La foto fija del forofo turco es distinta de la de los hinchas rusos, auténticos paramilitares, y de la de los hooligans ingleses que ahora nos retrotraen a la era Thatcher. Está por ver si llegan a Niza los ultras turcos que colgaron en redes sociales su kit de trabajo para la Eurocopa (camiseta, bufanda, entrada y machete como para degollar corderos en el Bayram).

La memoria reciente me lleva a recrear ciertos ambientes casi nostálgicos del fútbol turco. Así, por ejemplo, esa especie de hermosa niebla lacrimógena, provocada por batallas campales entre ultras del Besiktas y la Policía, que suelen prodigarse junto al palacio Dolmabahçe (residencia del presidente Erdogan cuando el vate se halla en Estambul). Uno entiende que estas cosas se deben al famoso infierno turco. En Turquía ciertos estadios se transforman en ebulliciones de jenízaros. Algunos tifos darían para recubrir las célebres mezquitas de Mimar Sinan, como solía hacer el artista Christo en sus delirantes creaciones. Existe además una variedad coreográfica a la turca que ha hecho furor en Europa. Los forofos braman y dan palmotadas, pero a veces lo hacen cara al césped y otras veces de espaldas al juego, abrazados unos con otros, sugiriendo así una rocosa hermandad. El propio Besiktas, feliz campeón de la Superliga este año, jamás entrega el dorsal número 12 a ningún jugador. Pertenece al pueblo: la grada. Del Bosque recordará bien el club del que fue cesado hace ya diez años.

Para servidor, el contrapunto a este desate lo pone cualquier sombrío partido de la Copa turca (pongamos que un Torku Konya-Trabzonspor). He recordado uno de estos partidos de copa hace poco, a raíz del atentado con coche bomba que causó 11 muertos en Estambul, junto a la mezquita Sehzade. La televisión mostró el carbonizado autocar de la Policía, pero también los cristales rotos de muchos comercios y locales de comidas cercanos a la aljama. En uno de estos locales contemplé varios partidos coperos de entre semana, bajo las heladoras noches del invierno. La sentimentalidad es así.

El fútbol en Anatolia tiene sus cosas estrafalarias. En abril de 2015 hubo un tiroteo contra el autobús del Fenerbahçe cuando la comitiva se dirigía al aeropuerto de Trabzon (la antigua Trebisonda bizantina). A finales de ese mismo año, un tribunal condenó a la federación turca a pagar 7.200 euros al árbitro Halil Ibrahim Dinçdag. Desde 2009 Dinçdag fue apartado del arbitraje por confesar que era gay. Eso sí, quedó exento de cumplir el servicio militar obligatorio (en Turquía el ejército considera la homosexualidad una "distorsión mental"). Hace unos años, un leguleyo e hincha del Fenerbahçe solicitó una sanción al Inter de Milán por considerar una afrenta la cruz de San Jorge que el equipo italiano mostraba en su camisola. El Inter se enfrentó en Champions ante el Fenerbahçe con semejante atuendo. El leguleyo adujo que aquella cruz carmesí remitía a la primera cruzada sobre Jerusalén (1096-1099). Mustafa Kemal Atatürk, fundador de la moderna Turquía laica y antiguo seguidor del Fenerbahçe, debió removerse en su mausoleo de Ankara.

La reciente y sobrevalorada película Mustang revela el daño que los casamientos concertados aún provocan en la mujer turca de hoy. Cinco damiselas huérfanas (todas ellas de briosas cabelleras y cuerpos en flor) muestran sus procaces actitudes a ojos de sus pacatos familiares y vecinos. La cinta enseña una escena en la que las chicas consiguen escapar a Trabzon para asistir a un partido crucial de la Superliga. En las gradas sólo hay cabida para las mujeres. El hecho se inspira en las sanciones reales que impuso el Fenerbahçe -y no el Trabzonspor- a sus hinchas por su violencia recurrente. Su más repudiado pero tenaz enemigo suele ser el Galatasaray. Se trata del único club turco que ha ganado una presea europea: la UEFA en 2000. En marzo de este año se le prohibió jugar toda competición continental por incumplir las reglas éticas del nivel de pérdidas económicas.

La quema de estadios suele ser una variante de la ira del forofo turco. Este año el Eskisehirspor bajó de categoría y sus forofos quemaron su propio estadio. ¿Precedentes? ¡Pues el Fenerbahçe! En 2010 perdieron la Superliga, que acabaría ganando el Bursaspor. Por megafonía el locutor del campo se equivocó y proclamó campeón al Fenerbahçe del por entonces inefable Dani Güiza y de Luis Aragonés. La hinchada no comprendió aquella broma y prendió fuego al estadio Sücrü Saracoglü. Conocí hace poco en los Dardanelos, mientras recorría el campo de batalla de Galípoli (1915-1916), a un pescador y seguidor del Fenerbahçe. Se hizo forofo de niño, tras una campaña de circuncisiones animada por el club. Fe sobre fe.

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