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Charo Ramos

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El Gaudí sevillano

El legado de Aníbal González es una de las mejores tarjetas de Sevilla para presentarse ante el mundo

Barcelona acaba de estrenar las visitas a la Casa Vicens, la primera vivienda de Antonio Gaudí, una hermosa residencia de veraneo que ahora ocupa una esquina del barrio de Gracia. Aquí está el embrión de su estilo universal, con una particular mezcla de inspiraciones catalanas, islámicas, inglesas y hasta japonesas. Cuando la construyó, entre 1883 y 1885, Gracia era un pequeño pueblo a las afueras de la capital donde las familias acomodadas buscaban solaz y naturaleza. Gaudí tenía 32 años pero desplegó su talento para satisfacer a su cliente, el corredor de bolsa Manel Vicens, y el encargo lo encumbró.

Hace cuatro años un banco andorrano compró la Casa Vicens y, tras remozarla, la ha abierto al público como casa-museo y la acogida está siendo todo un éxito. De su intervención se ha hecho cargo el estudio de Martínez Lapeña y Torres Tur, que en Sevilla firmó la controvertida renovación de la Alameda de Hércules. Por su trabajo minucioso y respetuoso en la Casa Vicens obtuvieron en 2016 el Premio Nacional de Arquitectura.

La primera planta del edificio acoge ahora una exposición temporal que analiza la primera casa proyectada por 14 arquitectos contemporáneos a Gaudí, como Horta, Mackintosh y Olbrich. Una de ellas la firma Peter Behrens hacia 1901. En esos años el sevillano Aníbal González edifica sus primeras viviendas y, como Gaudí, deja ya ahí el sello personal de uno de los mejores arquitectos de España. Villa Rosa, que González construye en Sanlúcar de Barrameda en 1901, es su primera casa modernista, un prodigio de belleza y gracia que no debería faltar en esta exposición de la Casa Vicens.

Pero es un hecho que Sevilla no ha sabido vender hasta ahora, como Barcelona ha hecho con Gaudí, la obra del autor de la Plaza de España o el Museo Arqueológico, que languidece a la vista de todos en la Plaza de América. Tampoco se ha tomado en serio, hasta que Adepa ha reivindicado su inclusión en el catálogo general del patrimonio histórico andaluz, el valor excepcional de la arquitectura regionalista que exorna esta ciudad.

El legado de Aníbal González es una de las mejores tarjetas que tiene Sevilla para presentarse ante el mundo como una sociedad que supo, en el primer tercio del siglo XX, conectar con los movimientos de la arquitectura moderna que renovaron Europa y aportar su voz propia. Protegerlo, difundirlo y promocionarlo deberían ser pilares de toda política municipal, del signo que sea. Pero se ha perdido mucho tiempo. Y ha faltado seriedad además en la lucha contra el vandalismo: cuesta imaginar que se pueda robar o romper un azulejo diseñado por Gaudí para la Casa Vicens o el Parque Güell pero en la Plaza de España esto pasa a diario, a la vista de todos.

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