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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

EL papa Francisco conoce a la prensa y obra en consecuencia. Sabe que desde hace mucho el periodismo, sobre todo la televisión, moldea la mentalidad de Occidente. Unas televisiones nutridas de gestos, mientras más sorprendentes mejor, que empujan multitudes a favor o en contra. De ahí los imprevistos modos del Pontífice tan aplaudidos por los medios televisivos, desde los zapatos viejos bajo la sotana blanca a la presencia entre los acampados de Lesbos. Escribe el premio Nobel Imre Kertész que "la democracia tardía considera antidemocrático el talento"; y cabe pensar que por lo mismo, creo yo, la lectura es sustituida por la imagen, dirigida más a las emociones de masas que al esfuerzo intelectual de las minorías lectoras. Ese es el poder de la televisión que con sus gestos persigue ganarse Bergoglio. ¿Pero por qué?

Sería erróneo comparar la muy visible gestualidad del Papa con el ansia de notoriedad que movía, por ejemplo, al ex juez Garzón, a cualquiera de nuestros jueces estrellas aspirantes a derribar monarquías o a las ocurrencias de alguna juez argentina en busca de supuestos genocidas. No es eso. Estamos ante algo serio; ante una meditada y santa estrategia que en la democracia mediática del siglo XXI busca la simpatía de la TV como camino para recristianizar Europa.

Francisco quiere recuperar la imagen de una Iglesia con rostro humano que muchas veces perdió, y no me refiero sólo a las hogueras del Santo Oficio, sino a esos católicos seglares de alto rango de una dureza atroz hacia ellos mismos y los otros: Pascal, Leon Bloy, Claudel… gente puritana carente de misericordia con los incrédulos y con quienes perdían la fe. Hicieron un daño fatal al catolicismo. Ahora el Santo Padre pide una Iglesia misericordiosa y compasiva. Como escribe Gómez Dávila "la sociedad no se civiliza bajo el impulso de prédicas sonoras, sino bajo la acción catalítica de gestos discretos". En lo que lleva de Pontificado ya el Papa ha ido mucho más lejos de la discreción, y ha conseguido, en efecto, el aplauso de los pueblos. ¿Estamos ante la inminente conversión de las naciones de Europa? No es tan sencillo.

De momento sus gestos no han ido acompañados de un cambio de fondo en la doctrina y en la moral exigida. Francisco pide misericordia a los confesores (misericordia que por lo común siempre han tenido), pero el confesionario continúa presente para la obligatoria confesión auricular. El Papa pide comprender a los homosexuales ("quién soy yo para juzgarlos", dijo a un grupo de periodistas); pero la Iglesia los juzga al considerar pecado sus relaciones. Pide entender a los divorciados, mas exige estudiar caso por caso, precisamente en el confesionario. No lo critico. No puede hacer otra cosa. La Iglesia sigue atada por dogmas dictados para siempre que no se pueden cambiar; si bien es verdad que en ocasiones se cambian. De niño en el colegio, los jesuitas nos enseñaban que, con certeza, únicamente había dos personas en el infierno: Judas y Lutero; luego ocurrió que Juan Pablo II levantó la excomunión al hasta entonces heresiarca, y en el próximo mes de octubre Bergoglio viajará a Suecia a fin de conmemorar los 500 años de la Reforma protestante. Se pueden cambiar, pues, dictámenes y definiciones del pasado; pero mientras las ataduras dogmáticas no se aflojen, por muchos gestos que haga Francisco no conseguirá las simpatías de la intelligentsia europea sin cuyo giro Europa nunca volverá a ser cristiana. Los sabios y la ciencia conservan un gran prestigio en la tele y en la plebe, y si ellos no aplauden, las masas de la plaza de San Pedro terminarán cansadas de gestos misericordiosos que no llegan más allá.

Hacia mediados del siglo III, Orígenes, uno de los grandes teólogos del tiempo, fue capaz de unir en extraordinaria síntesis a Platón, la moral estoica y el cristianismo, ganando de esta manera para la Iglesia la intelectualidad grecorromana y el Imperio. Hoy, si la Iglesia no acepta tratar los dogmas como los científicos tratan los grandes descubrimientos, dejándolos siempre abiertos a futuras revisiones, veo difícil que pueda atraerse a la comunidad ilustrada. Cómo tomar en serio las decisiones de un concilio de rústicos obispos visigodos convencidos de ser los portavoces de Dios. Por lo demás, nuestros comentaristas televisivos de gestos, tan poco simpatizantes que fueron con la exquisita talla intelectual de Ratzinger, siguen a la espera de algún Papa no católico, especie de Dalai Lama ecológico y buenista.

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