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La ciudad y los días

Carlos Colón

La Giganta y las calores

CUANDO llega el primer día de septiembre, que en otras partes menos azotadas por el clima y los ayuntamientos es el mes del reflujo de las calores y el avance de las frescas mareas doradas que van trayendo el otoño, los sevillanos nos preparamos para los pegajosos tormentos de moscas y membrillos. "¿Y qué tienen que ver los ayuntamientos con las calores de septiembre?", se puede preguntar un lector suspicaz. "¿Acaso hace usted como el italiano del "Piove? Porco Governo!", que reprochaba a los políticos hasta que lloviera? No se preocupe usted. Todavía no me ha nublado la razón el "socialfredismo". Lo que pasa es que si nuestro clima analfabeto, y por ello incapaz de leer los calendarios, ignora las estaciones y lleva las calores hasta Santa Teresa, nuestras autoridades se han preocupado de multiplicar sus efectos asesinando árboles y creando desolados espacios abrasadores en los que el sol nos tortura sin que nada dulcifique su crueldad.

Sólo la Giganta es capaz de aguantar este clima sin desfallecimiento. La conquista musulmana no fue casual: cuando Tariq desembarcó en Gibraltar era África quien tomaba posesión de unas tierras que le pertenecían por derecho de clima. Por eso se esperaron a las calores del 19 de julio para apiolarse a las tropas de don Rodrigo; y aprovecharon nuestro verano de cinco meses para ir ganando terreno a los sudorosos visigodos color salmonete que, como todo el mundo sabe, eran turistas alemanes que se habían quedado a vivir aquí tras una bronca cervecera con sus colegas vándalos.

Fueron los árabes quienes construyeron, con sabiduría africana, la Giganta que va camino de cumplir los mil años (en 2184 celebrará su "cumplemilenio": aprovecho para felicitarla ahora porque para entonces no estaré en condiciones). Un milenio son mil veranos sevillanos; es decir, 5.000 meses de azotes del nuestro sol tirano desde que sale hasta que se pone. Esto sí que es ver pasar el tiempo, y no lo de la Puerta de Alcalá que nos mandaban machaconamente que miráramos como si sus dos siglos fueran algo. La Giralda ha visto 365.000 soles salir por los caños de Carmona y ponerse por Triana sin que le salga una arruga o se le mueva la permanente que le hizo Hernán Ruiz hace 453 años (¿llevará también pasados calores esa alegoría de la Macarena -¿acaso no representa la Victoria de la Fe?- llamada Giraldillo?).

Veía con asombro a la Giralda este fin de semana de fuego. Firme, desafiante, alegre y elegante desde sus piedras romanas hasta sus azucenas cristianas. Y me decía: eso es porque tiene pies latinos y cabeza renacentista, pero cuerpo africano.

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