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Hoja de ruta

Ignacio Martínez

Goldfinger

INVESTIGAN a Sean Connery, su mujer y otras veinte personas por blanqueo de dinero. Es uno de los muchos asuntos irregulares que colean en Marbella desde que el Ayuntamiento estuvo administrado por la banda gilista. Los Connery son sospechosos de una recalificación ilegal de su vivienda, de su venta con dinero negro y de alguna comisión a los munícipes de la época. Total, James Bond acusado, como uno de los malos.

En la brigada antiblanqueo de la Policía Judicial, algún guasón le ha puesto a esta operación el nombre clave de Goldfinger. Es el título de una de las más famosas películas de 007, y la canción cantada por Shirley Bassey quizá sea la más popular de la serie. Por cierto, que durante ese rodaje Sean aprendió a jugar al golf, deporte que practicó en Marbella más tarde. La casa de Connery, Malibú, es parte de la memoria de la ciudad. En 1943, Norberto Goizueta, que había comprado 300 hectáreas en Guadalmina diez años antes, animó a Ricardo Soriano a hacerse con El Rodeo, 15 hectáreas junto al mar. Soriano cerró la compra a tres reales el metro cuadrado. Edgar Neville estrenó allí en los 50 una casa a pie de playa, a la que llamó Malibú, en recuerdo de su paso por Hollywood. Soriano impuso en la zona un estilo arquitectónico de hacienda californiana; o, lo que es lo mismo, de cortijo andaluz pasado por México. Así era Malibú, planta baja más una.

Tras la muerte de Neville, Connery compró la vivienda en los 70. Mucho se debe estar acordando de Jesús Gil y Gil. Cuando el promotor inmobiliario y presidente del Atlético de Madrid se iba a presentar a la Alcaldía en 1991, le pidió al actor escocés que participara en un vídeo en defensa de Marbella, aunque en realidad era su vídeo electoral. En los 90, en la época dorada de la barra libre en el urbanismo marbellí, el alcalde recalificó la finca vecina de Malibú y dejó construir cuatro plantas. Una vez que se vendieron los apartamentos, los vecinos se lo pasaban en grande fisgoneando los movimientos de Connery por su jardín y su piscina, con lo que el actor decidió marcharse. Cómo vendió, cómo se recalificó la parcela, y cómo cobró, debe decidirlo el juez. Pero lo que sí sabemos es cómo se fue: harto de tanto truhán.

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