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DERBI Joaquín lo apuesta todo al verde en el derbi

El medio centro

Carlos Izquierdo

Gracias por todo, Fenómeno

Ronaldo era comprometido con su causa, divertido y genial, un motivo para acudir a cualquier campo

OCURRIÓ en el apretado final de Liga de 2003. El Real Madrid andaba con la lengua fuera peleando por el campeonato contra la mejor Real Sociedad que se recuerda desde Alberto Ormaetxea. A falta de dos jornadas, Ronaldo insinuó al presidente y al entrenador del club que no se preocuparan, que no hacía falta que les concentraran antes de los dos últimos partidos ya que él era capaz de solucionar cualquier problema. En la penúltima fecha, en la caldera del Vicente Calderón, Ronaldo adelantó al Madrid a los seis minutos y acompañó con otro gol para cerrar el contundente 0-4. En la última jornada, frente al Athletic en el Bernabéu, el brasileño abrió el marcador a los ocho minutos y lo cerró en el 61 para el 3-1 definitivo que dio al Madrid su vigésimo noveno campeonato.

Así era Ronaldo. Alegre, comprometido con su causa, divertido y genial. Para los que tuvimos el gusto de tenerlo tan cerca durante casi cinco temporadas supuso siempre un motivo para acudir a cualquier campo. No tenía la clase de Zidane, por supuesto, ni el compromiso de Raúl, ni, mucho menos, ni la mercadotecnia de Beckham. Pero era Ronaldo, aquel del que nadie puede decir una palabra fea, aquel que, además de a su hijo, dejó en Madrid parte de su corazón, mucho de su juego y un puñado de grandes amigos.

Por eso duelen las imágenes de su tercera rotura, de su adiós definitivo al fútbol de élite. Duelen por la injusticia, por la constatación de que el fútbol ha sido cruel con él, por la certificación de que Ronaldo dio al balompié muchísimo más de lo que éste le devolvió. Ahora, operado y frustrado, entre Brasil y Madrid, con la sonrisa de siempre y la convicción de que el fútbol no es ni más ni menos que un juego, Ronaldo masculla su adiós definitivo. Se ha ido como los toreros de raza, muerto en la plaza y sin que nadie lo eche. No queda más que admirarle. Gracias, Fenómeno. Por todo.

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