POR mucho que se diga, la televisión y la radio públicas de aquí y ahora no hacen más que darme alegrías. Por eso no tengo más remedio que agradecerlo públicamente, al tiempo que veo y leo cómo les llueven palos desde todos los frentes. La televisión y la radio públicas nos dan contenidos que nadie ofrecería sin ellas. Tantos, que habría que tener varias vidas, o alargar los días hasta las 48 horas para ver y escuchar todo lo interesante que se nos ofrece. A la renovación de contenidos de Radio 3, ahora más interactiva que nunca, se suman las decenas de espacios de referencia de Radio Clásica y Radio 5. Eso por no contar con los estandartes de RNE, de Los clásicos a El ojo crítico, de No es un día cualquiera a La estación azul y Documentos. Del De película a los contenedores de Radio 5.

En televisión, el canal 24 Horas no sólo se nutre de información continua. Allí también cohabitan La noche, con la cada vez más suelta y sagaz Ana Ibáñez; Cultura en 24, con los imprescindibles Alejandra Herranz y Antonio Gárate, o La tarde en 24 con los estupendos Diego Losada y Lara Síscar. Repor, Crónicas y En portada continúan estrenando entregas antológicas. Y no quisiera entrar en La 2, porque entonces sí que me pierdo. De las vanguardias de Metrópolis, insobornable en la programación de contenidos punteros ininterrumpidamente desde 1985, hasta la entrañable Hora Vintage, que nos acerca diariamente a las series que nos acompañaron cuando éramos jóvenes. Y una tertulia sobre Cría cuervos de Saura por aquí, y un Imprescindibles de Fernando Zóbel por allá. Y treinta motivos semanales más para estar pegado a la pantalla sin sentirse ni un segundo ofendido. ¿Que es mejorable? Por supuesto, (ahora que doy cuenta, de La 1 he dicho bien poco). Pero qué menos que dar las gracias públicamente por tanto bueno. Incluso en sus informativos. Que nadie, creo yo, está tan libre de culpa como para atreverse a lanzar la primera piedra.

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