Del Gran Poder a Ucrania

EDITOR DE LA 'REVISTA MERCURIO'

Aunque suene frívolo en esta hora aciaga, la verdad es que las guerras nos regalan auténticas clases de geografía. Google Maps no lo es todo. Decía Julio Camba que la guerra enseña la geografía de los pueblos a medida que los va destruyendo. El mapa más o menos ovoide de Ucrania lo vamos conociendo mejor por los distintos frentes de guerra que la bestia de Moscovia ha establecido por el norte, el este y el abrevadero del Mar Negro.

El diario de esta guerra del siglo XX nos muestra la topografía de Ucrania que ahora aparece en la tele bajo cielos plomizos y una especie de nieve lánguida que cae como por aburrimiento sobre los hijos de la desgracia. Habíamos imaginado Ucrania como un vasto tapiz de campos de cereales, inquietantes plantas nucleares, iglesias con cúpulas cual dorados cebollinos, históricos enclaves de la antigua Rus de Kiev y urbes de aire brutalista nacidas bajo la larga noche socialista.

Como curiosidad añadida, la guerra en Ucrania también nos está dando clases de historia religiosa. En el número 14 de la calle Santa Clara (coto del Gran Poder y recodo sentimental de Rafael Montesinos) se halla la iglesia ucraniana de San Demetrio de Tesalónica, que a su vez forma parte de la casa espiritual de las hermanas Reparadoras. El templo pertenece a la Iglesia greco-católica ucraniana, de rito bizantino, pero incorporada al catolicismo de Roma con la Unión de Brest de 1565. Conviene distinguirla de la otra Iglesia católica bizantina rutena, que también existe en Ucrania, pero que está vinculada a Roma por la Unión de Úzhgorod de 1646. En los pagos que van de Lviv a Odesa y a Jarkov, la cristiandad eslava ha estado regida mayormente bajo la autoridad de los metropolitas ortodoxos de Kiev y del Patriarcado de Moscú, custodios uno y otro, si bien mal avenidos, del cristianismo oriental separado tras el cisma de 1054 entre latinos y griegos de Constantinopla.

En nuestros paseos por la ciudad, cuando la cuaresma se refunde en una caminata al atardecer, habíamos ignorado esta peculiar iglesia greco-católica ucraniana. Su historia explica el mejunje de las iglesias orientales que se escinden y refundan entre el vano poder terrenal de los hombres y la iluminación de la divina providencia. Sabíamos que los ortodoxos rumanos acuden a sus misas en la iglesia de la Misericordia, paredaña al Hospital de San Juan de Dios, junto al Pozo Santo. Pero ahora la guerra nos ha hecho descubrir esta otra peculiar iglesia ucraniana, que anda hoy convertida en un inmenso palé de ayuda humanitaria, a solo un paso de zancada del Gran Poder.

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