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Con efecto

Javier Mérida

El Gran Poder ya lo ha perdonado

EL Gran Poder, esa bendita maravilla que esculpiese la gubia de un cordobés, seguramente lo perdonará. Ese Señor que limpió su rostro el pasado verano para goce de sus fieles sabrá comprender el daño que antier le hizo por enésima vez al Betis. Líneas debajo de donde se anunciaba el viernes que Él dejaba su casa unos días en la primera página de este periódico hallaba hueco el escarnio en que se convirtió lo que debió haber sido una reunión de hermanos béticos.

Él, al que él prometiera que no quitaría su busto del palco de Heliópolis cierto 28 de febrero, ya le habrá dispensado por sus afrentas al Betis. Seguramente, porque ya se habrá visto cara a cara con Él e incluso preguntado si se sentirá cómodo en Santa Rosalía y qué necesitará para ello.

Él, cuyo quinario, dicen, le impedirá a él estar el día de Reyes en Nervión, es patrimonio de Sevilla como el Betis lo es de los béticos. Y son muchos los fieles verdiblancos que ayer en San Lorenzo le preguntaban al Señor, entre otras penas e inquietudes, qué habrán hecho en ésta u otra vida para que a su club se le pisotee despiadadamente como en la noche del ya malhadado jueves 20 de diciembre.

Si la horterada y la zafiedad desencadenaron la que se dio en llamar crisis del guau-guau, la infamia ocupó asiento en el estrado de ese sótano donde obligó al Betis a vivir una de las noches más bochornosas y ridículas que la memoria verdiblanca alcance a recordar. El Gran Poder lo ha perdonado; el Betis quizá ya no lo pueda hacer nunca.

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