HASTA las personas más sosegadas y ecuánimes tienen motivos para sentirse indignadas, aunque no salgan a sus terrazas para compartir una cacerolada. Uno tras otro, los grandes problemas que carcomen el bienestar de los españoles siguen sin ser objeto de pactos entre las fuerzas políticas y sociales. Todo consiste en atacar o defender posiciones en función de la siguiente batalla electoral. Se está jugando a un funambulismo de riesgo calculado mientras el país desfallece porque no puede pagar o no puede cobrar.

La falta de acuerdo entre organizaciones empresariales y sindicatos para reformar la negociación laboral colectiva, pese a saberse observados y sometidos a un ultimátum por la Comisión Europea y los organismos internacionales, denota grave irresponsabilidad y falta de patriotismo.

Las engañifas y los escaqueos de muchos gobiernos autónomos para no corresponsabilizarse en el fuerte ajuste de sus desaforadas cuentas corroboran la falta de compromiso con la nación y que eluden su verdadera identidad, son la Administración General del Estado pero descentralizada. Llevan un lustro demorando la poda de una estructura de funcionarios y empleados que no es sostenible. Ahora es irremediable, pese a que la han ocultado en la reciente campaña. Son el Estado, y tenían que haber aprendido hace muchos años a tomar medidas impopulares. Y a pactar el techo de gasto sí o sí.

Sigue pasando desapercibida la ausencia del pacto que más puede influir en el futuro: el de exigente mejora de la calidad del sistema educativo. En pocos días concluye el curso, y ya debería haberse concretado en sus medidas a corto, medio y largo plazo, con un plan de choque que diera tiempo a ser aplicado desde septiembre. Éste es un asunto que no quita votos a quien pacta. Pero seguimos perdiendo el tiempo. Suspenso sin paliativos para la clase parlamentaria, la que indigna a los ciudadanos con sus pensiones. Es lo único que pactan.