José Rodríguez De La Borbolla

Gregorio Peces-Barba, un hombre grande

CONOCÍ personalmente a Gregorio Peces-Barba en abril de 1968. Él era ya profesor y doctor en Derecho y yo era estudiante de 4º curso de carrera. Él era discípulo de Ruiz Jiménez y yo estaba trabajando entonces con Elías de Tejada, ambos dos grandes maestros de Filosofía del Derecho, aunque de orientaciones políticas radicalmente distintas. Él se había dedicado a estudiar el personalismo cristiano de Maritain, y yo estaba iniciándome en el estudio del personalismo laico de Martín Buber. Él era demócrata cristiano "de izquierdas", y yo me había ya comprometido con la militancia socialista, si bien en el entonces llamado Partido Socialista del Interior, presidido por Tierno Galván. Él se dedicaba a defender a los antifranquistas ante el Tribunal de Orden Público y a mí me habían detenido, en marzo de 1968, por manifestación ilegal y me habían multado con 25.000 pesetas. Fui a Madrid, para que me asesorara, recomendado por José Mª Vázquez y Antonio Ojeda, dos de mis mayores en edad, saber y gobierno, y grandes amigos de Gregorio. La multa acabaron quitándomela, pero no por lo que pudiera hacer Gregorio con sus consejos y sus escritos, sino porque mi padre, que era un señor de orden, me llevó a ver a Utrera Molina, el todopoderoso gobernador civil de Sevilla, y éste accedió a perdonarme. Las cosas fueron así, y no de otra manera.

Gregorio me cayó bien desde el principio, pero lo que más me impresionó fue lo grande que era entonces, el volumen que tenía, la desmesura de su humanidad. Sabiendo de él de lejos y de oídas, que no de vista, nunca me había imaginado que un personaje tan exquisito y tan riguroso en sus pensamientos se hubiera dejado desbordar el físico de esa manera. Así entendí que sus amigos le llamaran el gordo.

Luego, más tarde, a partir de 1972, nos encontramos en el PSOE y en la FETE, la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza, de la UGT. Desde toda España, los enseñantes socialistas íbamos a Madrid, a reunirnos en su despacho, a preparar las distintas acciones de movilización del profesorado. Él nos recibía, nos atendía y asistía a las reuniones en las que los más jóvenes diseñábamos el futuro. Nunca pontificaba, y nunca pretendió convertirse, allí, en referente. Era un militante disciplinado, consciente de su relevancia, seguro de sí mismo y de su papel en el mundo, pero en ningún caso deseoso de sobreponerse a los demás.

Creo, de verdad, que Gregorio era un hombre grande para todo. Grande para la democracia; grande para el socialismo; grande para sus amigos; grande en su adscripción y fervor madridista, que practicaba a pecho descubierto cuando la mayoría pensaba que el Real Madrid era el equipo del régimen; grande en su amor por la buena mesa; grande en su afición al póquer; grande en su vocación universitaria... Un hombre grande, desmesurado y contenido al mismo tiempo en la defensa de sus creencias. Un hombre de cuerpo entero, de una pieza, y que se mantuvo siempre de pie.

Me entran ganas de parafrasear a Borges: el mundo, nuestro mundo, será un poco más pobre ahora que Gregorio ya no está.

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