TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

Y a usted, ¿le atienden?

Pedro Caballero-Infante / Caballeroinf@ Hotmail.com

Guardias nocturnas

UNA maldición calé dice: "Quiera un divé que te gaste tor parné en botica". Cuando don José la oye, con su funesta manía de pensar, cae en la cuenta del valor intrínseco de su trabajo. Dar la cara en una farmacia es tratar, casi siempre, con personas que vienen rebotadas de la vida. El boticario suele decirse:

-¿Por qué no trabajaré en Sánchez Romero Carvajal?

Bien por carencia de salud, en la mayoría de los casos, o por problemas laborales y familiares, el público que visita una farmacia viene doliente y dolido.

El colmo de este rebote anímico se manifiesta en todo su esplendor durante una guardia nocturna. Don José las hace casi siempre acompañado, pero ayer la hubo de hacer en solitario. La iniciaron dos borrachos.

-Maestro, a si hay argo que me se corte esta sangre de la narí, que ma dao un leñaso sin queré. Éste ma metío er pañuelo, pero no hay que jasé.

-¡No le eche usté cuenta!. ¡Que menúa piña lan dao!. Y con esa napia… ¡que paese el asiento de un amoto!

-¿Y tú, enano?..., ¡que ere er tapón de una arberca!

El boticario hace en estas largas noches una consideración especial de lo estresante de la atención farmacéutica. Las guardias, fundamentalmente, las nocturnas dan a pensar en ello.

A las consultas médicas va mucha gente sólo para la prescripción o la actualización de la tarjeta electrónica. Y a veces de tertulia en la sala de espera. Don José recuerda una anécdota contada por un amigo médico. Decía:

-Tenía una paciente con cerca de 90 años que venía todos los días a la consulta y de repente desapareció.

-¿Había muerto?

-Eso pensé y la eché de menos porque le había tomado afecto. A punto de indagar sobre ella, la vi entrar en el consultorio.

-¿Se había marchado fuera?

-¡Qué va! Le pregunté qué le había pasado y ¿sabes lo que me contestó?

-No.

-Que no venía porque… ¡había estado mala!

El paciente nocturno suele venir enojado, así que cuando don José oye el timbre y abre el ventanuco sabe que casi siempre aparece un rostro airado que dice:

-Hay que lo que me ha costao encontrá esta farmasia, ¡coño! ¡Y con la noche que jase!

Esta sola frase hace que el boticario tiemble cuando el familiar del enfermo tira de receta. Don José se dice in péctore:

-¡Dios mío… que tenga el medicamento!

Durante la última noche de guardia llegó una gitana con la prescripción de un medicamento en una receta particular muy manoseada y con muchos sellos de tampón de otras farmacias, cuya marca, ¡mire usted por dónde!, no la tenía el boticario, ya que se trata de un fármaco eficaz, pero un tanto obsoleto

-¿Para qué es?

-É pá la cardiomanía de los bronquio.

-¿Se la puedo cambiar por otra?

-No me fío. É lo que me manda siempre Don Jasinto mi chiquetino.

-Si me da usted su teléfono, lo puedo llamar.

-Don Jacinto ya no trabaja aquí. Ha perdío un ojo.

-¡Vaya por Dios!. ¿Se ha quedado tuerto?

-¿Qué dise usté de tuerto?. Que ha pedío er traslado a Hinojo.

Nocturnidad, alevosía y hasta, a veces, risas.

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