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Francisco Correal

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'El Guateque' en La Moncloa

La 'docuserie' de Sánchez tiene la altura moral e intelectual de la de Rocío Carrasco

Peter Sánchez o Pedro Sellers. Es inevitable disociar los resúmenes de la docuserie presidencial. Próximamente en esta sala, de The Party, la película de Blake Edwards. El Guateque en la traducción hispana, pues su estreno coincidió con la época en la que arrasaba esa fórmula de sociabilidad muy anterior a las redes sociales, las botellonas y otras hijas del tedio postindustrial.

Uno se imagina a la señora del productor de la película cogiendo la lista de invitados a la fiesta organizada por su marido sin recaer en que el último de la lista, Hrundi V. Bakshi en el largometraje, Pedro Sánchez en la docuserie, figuraba como apestado porque se había cargado con sus despistes la costosísima superproducción, incluido el fuerte de la escena final después de la descacharrante escena inicial de la trompetería inacabable.

Porque hubo un tiempo en el que el protagonista de la docuserie, Pedro Sánchez, estuvo en los márgenes, cual apestado. Le disparaban una y otra vez, pero volvía a levantarse, se contorsionaba y cuando todos lo daban por acabado resurgía haciendo interminable la escena de la gran batalla. Es como si el personaje al que daba vida el gran Peter Sellers, al final se hubiera convertido en dueño de los estudios cinematográficos.

Con tantos departamentos como deben caber en una Administración tan propensa al engorde de funciones y la colocación de amiguetes, extraña que no exista una Secretaría de Estado de Vergüenza Ajena o una Dirección General de Pudor Patrio que hubieran frenado ese dislate, esa fiesta a cuenta del contribuyente. Con las dudas añadidas de si es legítimo estrenarla en puertas de un año multielectoral. A no ser que el héroe de la docuserie se sienta ya al final de la escapada y quiera rendirle homenaje a Jean-Luc Godard. Si Sánchez se cree merecedor de ese despliegue de pirotecnia audiovisual, para glosar las trayectorias de Adolfo Suárez o Felipe González Moncloa tendrían que haber contratado a Coppola y a Spielberg. Esteso y Pajares son dos intelectuales a la vera de este espantajo de porcelanosa como para invocar el legado de Mariano Ozores, el gran superviviente de la generación de la reina Isabel II de Inglaterra.

El presidente del Gobierno ha llevado a la televisión la última tendencia, la autoficción, esa plasta que se ha colado en las listas de los libros más vendidos. Con Le Monde desplegado en la cocina. La Monda de los tebeos de Ibáñez. Encima, afrancesado y jacobino. Volviendo a la analogía de Blake Edwards, no sabemos en qué momento entrarán los músicos y los jóvenes con el elefante. "¡Está hermosa la Moncloa!", dirá en sus adentros con palabras del Max Estrella de Luces de bohemia.

Todo lo que aparece es real y casi mágico, pero más de chistera que de Macondo. Es una coproducción, porque sin sus aliados, los de las mareas y los mareos, los que quieren volver a cargarse el fuerte mientras se atan los zapatos, no tendríamos una presidencia tan laboriosa, tan aseada, con la altura moral e intelectual de la docuserie de Rocío Carrasco, hija del 77, como la democracia.

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