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POCAS veces pueden recrearse los amantes de la Historia con un libro que pueda considerarse definitivo sobre un tema de alcance. La Historia es a la vez ciencia, arte y oficio, y por ello son muchas las condiciones que una investigación debe satisfacer para poder ser tenida como ejemplar, una obra maestra. Cuando un lector reconoce un libro de esa dimensión no puede menos que proclamarlo con la misma alegría de aquella mujer que acababa de encontrar su dracma perdida.

Guzmán. La casa ducal de Medina Sidonia en Sevilla y su reino (1282-1521), de Miguel Ángel Ladero, es una de esas obras maestras. Un libro que, haciendo uso de documentación en buena medida inédita, esclarece con todo detalle la larga singladura de un linaje que durante siglos fue protagonista de cuanto sucedía en esta tierra, sin duda la familia más poderosa e influyente en la construcción de Andalucía desde los tiempos de Guzmán el Bueno hasta la época moderna, los tiempos en que se establecieron los fundamentos de la personalidad andaluza en el conjunto de la corona de Castilla y de España hasta nuestros días. Un libro, pues, que resuelve muchas incógnitas hasta ahora existentes en el conocimiento de nuestro pasado, y que lo hace además con la profundidad y la inteligencia propias de la mirada de su autor, uno de los más prestigiosos historiadores españoles desde hace décadas, académico de la Historia, catedrático que fue en Sevilla hace años y hasta este mismo curso de la Complutense, y premio nacional de Historia entre tantos y tantos merecimientos.

Narrar bien los acontecimientos suele ser mucho más difícil que describir las estructuras en que se insertan. Pero lo arduo es ser capaz de contar lo que pasó, mostrar los complejos contextos políticos y sociales en que los hechos se produjeron y revelar al mismo tiempo las claves que conformaban las mentalidades y estilos de vida de los hombres que dan sentido al entramado. Muy lejos ya las crónicas áulicas al servicio de intereses cortesanos, polvorientos en sus estantes los secos libros de tesis que aburrieron nuestros años juveniles y expulsaron del gusto por la Historia a tantos buenos aficionados, Guzmán es un ejemplo extraordinario de lo que hoy se exige al historiador y de lo que la Historia puede ofrecer: ni más ni menos que la comprensión del pasado y de los hombres que lo vivieron y siguen viviendo en nosotros.

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