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J. M. Marqués Perales

jmmarques@diariodecadiz.com

Hablar, llamar

Llamar al líder de la oposición en una situación prebélica es una obligación del cargo y, además, humaniza

El pasaje de críticos con Pedro Sánchez ha entrado en overbooking, hay colas de espera para afearle algo nuevo al presidente, y lo mismo da que sea el color de la camisa con la que telefoneó a Biden -rosa, qué falta de respeto- que su ausencia en la campaña de Castilla y León -qué pena, que no se dé el castañazo de Madrid-. Cae mal, es así, se hace muy complicado encontrar a alguien a quien Pedro Sánchez le satisfaga, será porque es altivo y guapo, porque sus discursos los pronucia sin alma, porque parece que imita o por su escasa empatía, el caso es que lo subjetivo se come cualquier objetividad de su Gobierno. También hay cosas buenas.

En Moncloa se han dado cuenta, por fin, de esta falla, que su anterior gurú, el tal Iván Redondo, no hizo más que agravar, porque potenciaba ese perfil de guaperas que tan poco gusta al común de los españoles.

Pedro Sánchez ha tenido dos problemas que afean su imagen: uno, quizás el más grave, es el de la construcción de su mayoría, que está anclada en dos grupos políticos que exasperán a la gente de bien: Bildu y ERC, una España nunca les comprendió y la otra se cansó de buscarles una explicación. Como si desaparecen. Las reivindicaciones territoriales de País Vasco y Cataluña son ya inasumibles, no hay razones en ellos más allá de que son insaciables, nadie quiere escuchar ni a Rufián ni a los atildados parlamentarios del PNV.

El presidente comienza a virar. La crisis de Ucrania le ha dado la oportunidad de reafirmar el atlantismo de España, tanto que estamos más con Estados Unidos que con algunos destacados miembros de la Unión Europea que están flaqueando ante el poder energético de Rusia. Sánchez también ha visitado a los obispos en la sede de la Conferencia Episcopal para dar por zanjada la cuestión de las inmatriculaciones, y la negociación de la reforma laboral puede darle la oportunidad de cerrarla con Ciudadanos. Si el decreto no se convalida la próxima semana, la legislatura pasará por un punto de inflexión.

El otro problema es más personal. Sánchez necesita mostrarse más modesto, no siempre pueder ser el primero, debe aprender a perdonar. Ante una situación prebélica, el presidente del Gobierno debía haber llamado a Pablo Casado, que es el líder del principal partido de la oposición. Es una obligación del cargo, pero además es una llamada que humaniza. Si encima, es el otro quien telefonea, es una torpeza, un error que acrecienta esa mala imagen.

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